Muchas veces guardamos las apariencias ante los demás para ocultar nuestros problemas, estados de ánimo, opiniones y pensamientos… con el fin de no ser sinceros para no herir y para no quedar mal. Sabemos sobradamente que la sociedad que nos rodea está llena de apariencias donde todo parece que funciona con normalidad en una casi perfecta sincronía. Por desgracia gran parte es apariencia porque así lo disfrazamos nosotros y porque lo convertimos en un mecanismo de defensa ante los problemas y situaciones de nuestra propia vida. El problema es cuando lo convertimos en nuestra forma de vida y es algo habitual, se traduce en mucha buena imagen, pero sin ninguna profundidad.
Cuántas veces hemos puesto buena cara a una persona con la que nos hemos encontrado y la hemos tratado como si tal cosa, incluso alagándola o bromeando con ella y luego a la vuelta la hemos juzgado, criticado o simplemente, como nos cae mal, decimos que no la soportamos. No podemos huir de estas realidades, ni hacer creer a las personas que contamos con ellas, para luego utilizarlas o darlas de lado. Si queremos ser auténticos cristianos debemos ser sensibles a los demás y sobre todo sinceros.