Solemos decir que el mundo está mal y que nuestra sociedad ha perdido los valores, aquellos que desde siempre se han vivido y son nuestras señas de identidad. Personalmente estoy abierto a los cambios y creo que el progreso llega a una sociedad cuando ésta es capaz de cambiar y avanzar, pero no a cualquier precio. Los cambios para que sean verdaderos no pueden ir contra natura, tampoco se pueden forzar. Todos tenemos claro que las prisas no son buenas porque hacen que todo se precipite y no siempre salen las cosas como queremos, pues estamos acelerando los procesos naturales del cambio y todo termina escapando de nuestro control. Para que una sociedad cambie es necesario respetar los ritmos, siendo pacientes y acomodando las nuevas ideas y formas de vida a las transformaciones que se van produciendo poco a poco con el paso del tiempo. Por eso cambiar las mentalidades cuesta tanto trabajo, porque no es un trabajo que se hace solo de palabra y en un momento puntual, sino que es un proceso lento que se va dando con el paso del tiempo y de los acontecimientos, que va calando poco a poco según las vivencias.
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A Dios lo que es de Dios
Muchas son las veces en las que cerramos los ojos cuando nos vienen de frente realidades incómodas, injustas y desagradables. Preferimos que pasen lo antes posible por nuestro lado, haciendo la vista gorda para que así no nos moleste, ni nos comprometa demasiado. Y es que tener que decir que no, en vez de quedar bien con todo el mundo; tomar partido por las injusticias, pararnos y “complicarnos” la vida por los demás cuesta demasiado. Cierto es que preferimos los problemas cuanto más lejos de nosotros mejor, no los vamos a ir a buscar, pero si somos cristianos y nos llamamos hijos de Dios, no podemos dejar que pasen de largo, hemos de ser honestos y denunciar lo que creemos injusto. Seguramente todos conocemos a personas que se comprometen con la verdad y que no se venden por nada del mundo.