Una tragedia fue la que se avecinó sobre los discípulos, cuando apresaron a Jesús, le crucificaron y con sus propios ojos le vieron puesto en el sepulcro. De hecho, Pedro y Juan, salieron corriendo al escuchar la noticia de la Resurrección que les transmitió María Magdalena (cf Jn 20, 1-10) y fueron derechos allí, porque sabían el lugar donde se encontraba. Es de pensar que pudieron estar allí en el momento de su sepultura, cuando ya no corrían peligro de ser detenidos, porque Jesús estaba muerto. La desolación de los dos de Emaús también era grande, conversaban y discutían, mientras regresaban a sus vidas. «Sus ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24, 16). Una gran tragedia que nubló su mirada, su entendimiento y no comprendían ni veían con claridad, caminando al Maestro. Seguro que has tenido experiencias al embotarse tu mente en tus ideas, problemas y agobios, y no has sido capaz de reconocer la presencia de Dios a tu lado, caminando, como los de Emaús. Sabes que, ante los golpes y sorpresas de la vida, a veces, cuesta trabajo reconocer a Cristo caminando a tu lado.