Estamos más que acostumbrados a las desgracias, a las muertes, a los accidentes. Basta poner las noticias para darse cuenta de que mucho más de la mitad de las noticias tienen que ver con estas fatalidades. Nos hemos acostumbrado a ver a la gente sufrir. Parece como si nos hubiésemos creado un escudo que nos protege ante las personas que nos rodean y lo están pasando mal. Seguimos con nuestra vida y nos hemos hecho expertos en pasar por delante del dolor de una manera invisible. Es como si hubiésemos perdido la solidaridad que hace que nos pongamos en la piel del otro, intentando sentir lo que ellos sienten; precisamente nuestra fe cristiana nos invita a eso. Si estamos comprometidos con Dios estaremos comprometidos con los hermanos.