Parece casi normal que en nuestra vida suframos altibajos. Hay días que estamos más animados que otros; sentimientos que van y vienen; ilusiones y desilusiones que marcan la vitalidad con las que luchamos las cosas; enfados y desenfados con las personas que nos rodean y las circunstancias que tenemos que vivir…; y un sin fin de actitudes y vivencias que hemos de afrontar cada día y que marcan esos picos altos y bajos que tenemos en nuestro interior y que condicionan nuestra forma de vivir. Mantenernos en un mismo estado y nivel de vida interior parece casi imposible, porque vivir constantemente en equilibrio interior resulta una empresa difícil y dura a la vez, pues hemos de tener una fuerte vida interior que nos ayude a mantenernos en paz, serenidad, esperanza e ilusión en todo momento y en cada vivencia, independientemente de cómo sea. Es cierto que no somos máquinas, pero si algo nos ayuda a mantenernos en este equilibrio tan preciado y beneficioso es nuestra vida espiritual, pues nos ayuda a afrontar desde la presencia de Dios y desde la confianza más absoluta cada situación que tengamos que vivir, por muy dura y traumática que sea.