En estos primeros días de Cuaresma queremos concienciarnos de lo importante que es celebrar la Pascua y lo que esto conlleva, porque es una preparación especial la que hemos de realizar, ya que estamos llamados a descubrir en nuestra vida creyente cuáles son las exigencias que tiene, porque no queremos quedarnos en el recuerdo de que Jesucristo resucitó, sino que queremos celebrar y hacer vida la Resurrección con todo lo que implica, porque Jesús «ha venido a llamar a los pecadores a que se conviertan» (Lc 5, 32) y no ha venido a condenarnos ni a pasarnos factura por nuestras faltas y pecados. Más bien todo lo contrario, quiere mostrarnos la misericordia infinita de Dios, que siempre nos quiere acoger para abrazarnos porque somos sus hijos.
verdad
Qué poco hablamos de la oración
Qué poco hablamos de la oración. Muchas veces me da la sensación de que es un tema tabú. La que mantiene viva nuestra fe, la que nos permite hablar y dialogar con el Señor, la que nos ayuda a tomar conciencia del gran amor que Dios nos tiene, la que nos salva en los momentos de dificultad, la que siempre nos da esperanza y fortaleza… es la gran olvidada en todas las conversaciones e historias que tenemos que contar los hombres. “Lo esencial es invisible a los ojos” nos dice Antoine de Saint-Exupey en “El principito”. Da sentido y fundamento a nuestra vida, pero no podemos ni debemos permitirnos el hecho de dejarla en el olvido. Lo que nos da verdadera identidad cristiana y nos sostiene en los momentos de dificultad no podemos silenciarla ni dejar de darle la importancia que se merece. Debemos hablar de la oración y compartir nuestra experiencia de fe desde lo que el Señor nos dice en lo escondido, donde sólo Él lo ve todo (cf Mt 6, 6).
«Yo soy la verdad» (Jn 14, 6)
Es muy posible que hoy en día tengamos demasiado culto al morbo y nos dejamos llevar muy fácilmente por él. Es curioso cómo nos dejamos influenciar por los comentarios y chascarrillos que a veces nos cuentan y escuchamos hasta con agrado. Hay veces que la primera impresión nos falla y solemos juzgar de manera exagerada e injusta a los demás, sin mirar su corazón; sólo por la apariencia física y por lo que nos parece en ese preciso momento. En otros casos nuestras percepciones nos pueden engañar. Ninguno de nosotros somos infalibles, ni poseedores de la verdad absoluta. Cada uno tenemos nuestra visión de la realidad y nuestra propia experiencia que nos condiciona en nuestra manera de vivir y decidir.
La verdad aunque duela
Hay veces que con tal que no nos pillen en un renuncio o no quedemos mal ante los demás, si es necesario contamos alguna que otra mentirijilla que nos saca del apuro y que nos hace quedar bien ante ellos. A todos nos gusta que piensen bien de nosotros y tengan buen concepto. Hoy en día, son muchas las marcas que hacen sus encuestas de valoración y satisfacción de la clientela y procuran que bajo ningún concepto en internet tengan una mala opinión y valoración sobre el servicio que han prestado. Siempre que quieras y te lo propongas tienes la oportunidad de cambiar esta inercia de la que cuesta trabajo salir y superar. Formar parte de la verdad te supone ser auténtico, no esquivarla, ser más exigente contigo mismo en todos los ámbitos y facetas de tu vida, no engañarte en ningún momento y ser sincero y honesto sin buscarte justificaciones personales. Formar parte de la verdad supone una coherencia importante en tu vida personal que te ayude a implicarte cada día más en caminar contracorriente y no dejarte llevar por las banalidades que nos rodean.
Hacia la verdad
La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.
Ten envidia de Jesús
Seguro que has experimentado en tu vida lo que es el sentimiento de envidia y has podido desear tener algo que los demás poseían y que tú no. Sabemos por experiencia lo mala que es la envidia y cómo se camufla en la forma de actuar de las personas de una manera tan sibilina que en ocasiones es difícil de detectar. Por envidia somos capaces de sacar lo peor que llevamos dentro y de disfrazarlo de la mejor manera para disimular y no ser descubiertos en nuestros actos. La envidia es capaz de matar nuestro propio corazón y nuestra fe, pues nos quita la paz y no cesará en su empeño hasta que vea que has conseguido aquello que deseabas y has vencido a “la persona oponente” y la has desprestigiado o destruido. No te deja vivir en paz porque siempre vas a estar comparándote con los demás y fijándote de mala manera en sus cualidades y virtudes antes que en las tuyas.
La inmensidad de Dios
(Foto de Titina Suárez)
¡Qué hermoso es poder contemplar y admirar la Creación! Si de algo me doy cuenta es que somos insignificantes ante la grandeza del universo y del mundo en el que vivimos. Contemplar un paisaje, la luna llena sobre el mar, el horizonte, ver un amanecer o una puesta de sol… son momentos tan hermosos que te llevan a mirar al cielo y dar gracias a Dios por tanta belleza. Y al rezar tomas conciencia de que Dios ha creado todo esto para que tú lo contemples, te recrees, le bendigas y le alabes por lo grande y bueno que es. Si de algo estoy convencido es que Dios muestra su inmensidad y grandeza en lo sencillo, humilde y pequeño. Si quieres vivir tu fe y afrontar todo lo que la vida te trae, es necesario que conozcas a Dios, porque comprender la inmensidad de Dios no es tarea fácil para una mente tan pequeña como la humana, donde tantas cosas se nos escapan y nos cuenta trabajo entender.
Los puntos sobre las íes
A menudo solemos encontrarnos en situaciones en las que ninguno nos atrevemos a llamar las cosas por su nombre, para no quedar mal con nadie, para no señalarnos en ningún momento y para no tener que pasar el mal trago de decirle a alguien la verdad, que no es plato de buen gusto y que nunca es cómoda, ya que puede provocar en desagradable desencuentro. Estas situaciones pospuestas en el tiempo van creando un clima enrarecido y de incomodidad entre las personas, que es fácil de atajar si tomáramos el compromiso de llamar a las cosas por su nombre y decir lo que pensamos con sinceridad, desde la prudencia y la caridad fraterna.
Tomar conciencia
Seguro que, a lo largo de nuestra vida, sobre todo cuando éramos más pequeños, nos han dicho muchas veces que tuviéramos cuidado porque nos podíamos equivocar y no hemos hecho caso porque pensábamos que siempre nuestros mayores estaban con la misma retahíla y que no nos entendían. Con el paso del tiempo y las experiencias vividas nos hemos ido dando cuenta de la razón que llevaban porque nos ocurría lo que ellos ya nos advertían.
Y es que darnos cuenta de las cosas. hay veces que, nos cuesta trabajo porque hasta que no somos conscientes de la realidad y no lo vemos totalmente claro, no reconocemos la realidad ni tomamos conciencia de lo que sucede ni de lo que somos. En nuestra vida es importante tener las ideas claras para hacer siempre lo correcto, siendo coherentes con lo que creemos y luego ponerlo en práctica.
Sin apariencias
Muchas veces guardamos las apariencias ante los demás para ocultar nuestros problemas, estados de ánimo, opiniones y pensamientos… con el fin de no ser sinceros para no herir y para no quedar mal. Sabemos sobradamente que la sociedad que nos rodea está llena de apariencias donde todo parece que funciona con normalidad en una casi perfecta sincronía. Por desgracia gran parte es apariencia porque así lo disfrazamos nosotros y porque lo convertimos en un mecanismo de defensa ante los problemas y situaciones de nuestra propia vida. El problema es cuando lo convertimos en nuestra forma de vida y es algo habitual, se traduce en mucha buena imagen, pero sin ninguna profundidad.
Cuántas veces hemos puesto buena cara a una persona con la que nos hemos encontrado y la hemos tratado como si tal cosa, incluso alagándola o bromeando con ella y luego a la vuelta la hemos juzgado, criticado o simplemente, como nos cae mal, decimos que no la soportamos. No podemos huir de estas realidades, ni hacer creer a las personas que contamos con ellas, para luego utilizarlas o darlas de lado. Si queremos ser auténticos cristianos debemos ser sensibles a los demás y sobre todo sinceros.