Muchas veces nos resulta difícil entender qué es lo que Dios nos quiere decir. Quizás porque no estamos en su sintonía; quizás porque no estamos preparados lo suficiente para entablar un diálogo fluido con Él; quizás porque el momento presente lo estamos viviendo tan intensamente que quedamos desconcertados ante lo que nos ocurre y no sabemos cómo afrontarlo. El caso es que la dificultad proviene de nosotros mismos, pues parece que no estamos lo suficientemente preparados para escuchar con claridad lo que el Señor nos está pidiendo. Dios no deja nunca de hablarnos, siempre nos está diciendo cosas para que demos sentido a cada vivencia nuestra; y nosotros que tenemos ese buen ánimo hemos de ser capaces de vivirlo así.
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Dios te llama por tu nombre
El nombre es signo de identidad. Todos tenemos nombre y por norma solemos sentirnos muy orgullosos de cómo nos llamamos. Incluso muchas personas lo cambian y le ponen un diminutivo para ser llamados como más les gusta, porque se identifican mejor con él. Cada nombre tiene su origen y su significado y por norma suele estar relacionado con la impronta y el carácter de cada uno. Cuando escuchamos nuestro nombre, aunque no se dirijan personalmente a nosotros y lo hagan a otra persona que se llama igual, solemos mirar hacia el lugar donde lo hemos escuchado.
¿Quién saca lo mejor de ti?
Es una alegría tener personas que te ayuden a sacar lo mejor de ti. Te invito a que en este rato que vas a ocupar en leer estas líneas pienses en esas personas que a lo largo de tu vida sacan lo mejor de ti y te hacen sentir bien. La verdad que somos afortunados al tener a nuestro lado familiares y amigos que nos ayudan a dar lo mejor que tenemos dentro, sacando nuestra ternura, nuestra capacidad de amar. Necesitamos expresarnos y ser felices en todo lo que hacemos y decimos, y no podemos quedarnos estancados en situaciones que no nos ayudan a caminar. Hemos de caminar dando lo mejor de nosotros mismos a quienes nos rodean. La alegría del encuentro con Cristo nos ha de ayudar a transformar tantas situaciones oscuras de nuestra vida que nos permiten ni crecer ni avanzar.
En Dios
Sabemos de la dificultad que nos supone vivir nuestra fe de una manera coherente y permanecer fieles en la oración con perseverancia y dedicación. No dejarse llevar por el activismo y por los quehaceres cotidianos resulta complicado, porque son muchos los frentes que tenemos abiertos, que ocupan nuestro tiempo y también nuestra mente y que nos impiden pararnos para encontrarnos con Dios cada día, ante el ritmo frenético de vida que llevamos. Cuidar nuestra espiritualidad en los tiempos que corren es fundamental. No podemos descuidarnos porque rápidamente el mundo nos absorbe y nos somete a su voluntad y frialdad, y cada día que pasamos sin orar y contemplar el rostro de Dios, más daño nos estamos haciendo en nuestro interior, sin darnos cuenta, porque nos vamos alejando de Dios y vamos perdiendo esa frescura espiritual que necesitamos para darnos cuenta de lo necesario que es estar con Dios.
Una llamada al cambio
Solemos decir que el mundo está mal y que nuestra sociedad ha perdido los valores, aquellos que desde siempre se han vivido y son nuestras señas de identidad. Personalmente estoy abierto a los cambios y creo que el progreso llega a una sociedad cuando ésta es capaz de cambiar y avanzar, pero no a cualquier precio. Los cambios para que sean verdaderos no pueden ir contra natura, tampoco se pueden forzar. Todos tenemos claro que las prisas no son buenas porque hacen que todo se precipite y no siempre salen las cosas como queremos, pues estamos acelerando los procesos naturales del cambio y todo termina escapando de nuestro control. Para que una sociedad cambie es necesario respetar los ritmos, siendo pacientes y acomodando las nuevas ideas y formas de vida a las transformaciones que se van produciendo poco a poco con el paso del tiempo. Por eso cambiar las mentalidades cuesta tanto trabajo, porque no es un trabajo que se hace solo de palabra y en un momento puntual, sino que es un proceso lento que se va dando con el paso del tiempo y de los acontecimientos, que va calando poco a poco según las vivencias.
El verdadero alimento
La Eucaristía nos llama a hacer memoria de una vida entregada desde la radicalidad de la Cruz. La Cruz es entrega, es llevar un estilo muy concreto de vida donde nos entregamos a los demás por amor y vivimos desde la gratuidad total. Sin buscar ni pedir respuestas, sino siendo obedientes a los que el Señor Jesús nos dice en el Evangelio, que tenemos que hacer vida para que realmente hagamos memoria de Él, que por amor nos ha enseñado y enseña a morir por los demás buscando siempre lo mejor para ellos. Cierto que hay veces que nos resulta demasiado difícil entenderlo y ponerlo en práctica, pero no está en nosotros el buscar razones y el querer saber. Sabemos desde el comienzo de los tiempos que la curiosidad y el deseo nos llevaron al pecado original por parte de nuestros primeros padres, Adán y Eva (cf Gen 3). La desobediencia a Dios y el querer cuestionar lo que nos dice y pide hace que pongamos a Dios en un segundo plano en nuestras vidas y terminemos matándolo en nuestros corazones a través del pecado. Entonces la Eucaristía deja de tener sentido, porque se convierte en algo vacío, que no alimenta nuestra alma ni nos da luz. Hemos de aspirar siempre a algo más. A Dios mismo.
Hacia la verdad
La Palabra de Dios es clara y tajante, no da lugar a dudas. Aunque la queramos acomodar a nuestros intereses o a nuestra conciencia, es esa espada afilada que corta todo lo que se pone a su paso. Hay veces que la cerrazón humana no nos deja ver más allá. Tener la verdad delante de tus ojos y no querer acercarte a ella es pagar un precio demasiado alto por mantener la conciencia bien acomodada al plan de vida que uno se ha proyectado para sí. Pero hemos de tener claro que nuestra vida no es para nosotros, es para los demás, pues sin ellos no podemos obtener la felicidad. Buscar la felicidad para ti mismo es empobrecerla demasiado, yo diría que es prácticamente imposible, pues todos necesitamos personas a nuestro lado con quienes hablar, compartir…, sabedores que por muy autosuficientes que nos creamos, necesitamos de ellos directa o indirectamente. Así es la vida del ser humano, para sobrevivir de pequeño necesita de la protección y atención de sus mayores; siempre hay cosas que por mucho que queramos no podemos hacer solos, y esto sí que es un palo grande para nuestra autosuficiencia.
Deseemos algo más
Nos gusta saborear lo que hacemos, disfrutar nuestra vida y vivirla intensamente. De sobra sabemos que la vida solo se vive una vez, que hemos de aprovechar cada momento porque no se volverá a repetir, que los trenes pasan y no vuelven, porque el pasado no tiene marcha atrás; el pasado es parte de nuestra vida, de lo que somos, y no podemos vivir de él. Hemos de saborear el presente caminando hacia el futuro, siendo conscientes de lo que tenemos entre manos y a pesar de las oportunidades perdidas todavía nos quedan muchas y buenas experiencias por vivir y gozar. A veces las cosas no salen como pensamos, pero es cierto que a pesar de los fracasos siempre tenemos la oportunidad de levantarnos, de mejorar y avanzar. No podemos estar alimentándonos, día tras día, del pasado y de lo que en su momento hemos vivido.
Jesús camina a nuestro lado
Caminar con Jesús, es la invitación que Dios nos hace cada día a través de su Palabra. La Palabra de Dios quiere iluminar nuestro camino y dar luz a todo lo que realizamos y vivimos. Nuestra vida está hecha de pequeños momentos que forman parte de un todo. A lo largo del día a día vivimos multitud de ellos, y estamos llamados a dejar que cobren todos un sentido, viviendo una unidad en nuestra persona, pero sobre todo en el espíritu que ponemos, en cómo lo afrontamos y dejamos que nuestra persona vaya encontrando poco a poco su lugar en el precioso proyecto de la Historia de la Salvación de la cual nosotros formamos parte como bautizados.
Dios no improvisa
Seguro que te has encontrado en más de una ocasión desconcertado en más de una ocasión, con todos tus planes hechos, todo preparado y bien pensado y de repente te has visto sorprendido por el momento y has tenido que empezar a improvisar lo mejor que has podido. Por un momento parecía que se venía a tu interior toda la angustia existente en el mundo, viendo el “marrón” que se te venía encima y a ver de qué manera podrías salvar los muebles y salir lo más airoso posible. Hay veces que el resultado ha sido espectacular, y en cambio, otras no tanto. ¿Suerte? Puede que sí o puede que no, sólo Dios lo sabe. Lo que si está claro es que Dios no improvisa en nuestra vida. Quizás nosotros no nos podemos trabajar nuestra vida espiritual, nuestras responsabilidades, las metas que queremos conseguir… y más bien preferimos vivir el momento presente que muchas veces es más cómodo y seductor que lo que Jesús nos pide que pongamos en práctica en el evangelio cada día.