La Cuaresma es un desierto, un camino de conversión que nos lleva hacia la Pascua, hacia el encuentro con Jesucristo Resucitado. Este cambio personal se produce cuando uno es capaz de encontrarse consigo mismo y abrirse en canal ante el Señor, que todo lo conoce y puede, para dejarse transformar por Él. Cuando se experimenta ese cambio todo se ve de una manera distinta. Es innegable el esfuerzo personal que supone dar ese paso, porque hay que estar dispuesto a que tu vida sea otra. Resistirse a ello, y mucho más, renunciar a tus seguridades, comodidades y bienestar es algo que hay que pensarse, porque las seducciones del mundo son mucho más apetecibles y seductoras que lo que el Evangelio nos presenta: sacrificio, esfuerzo, renuncia a uno mismo para entregarte a los demás…
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¿Esperanza o desesperación? Elegir en tiempo de pandemia
Un frenazo en seco es el que el mundo entero ha recibido. Nos hemos quedado descolocados. Parecía impensable que nada ni nadie nos iba a cambiar el ritmo de vida al que nos habíamos más que acomodado y acostumbrado. Todo de repente se ha puesto patas arriba. Una pandemia nos está golpeando fuertemente y asistimos impotentes a esta guerra, contra un enemigo que no vemos, al que todos deseamos derrotar. Todos los países y sus administraciones están en una carrera contrarreloj buscando rápidas soluciones para minimizar la situación y para poder derrotar a este enemigo que nos tiene confinados y que está actuando con fuerza, tanto en su propagación como en el daño que está causando con tantas vidas humanas.
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Estar cerca de Dios
Jesús ha venido para darnos vida y vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). El Señor lo da todo y nos pide también todo para que disfrutemos de la verdadera felicidad al ser sus hijos y sentirnos como tales. Son muchas las ocasiones en las que sentimos el miedo al abandono en Dios, en muchos momentos de la vida, porque supone un salto de fe, ese paso vital que nos hace depender de Dios y no de nosotros mismos. Algo que nos cuesta mucho trabajo y que merma nuestra confianza en el Señor. Sabemos la teoría y experimentamos la dificultad de la práctica. Esto, casi sin darnos cuenta, en ocasiones nos sumerge en la mediocridad, porque nos quedamos en los mínimos y nuestra vida deja de tener el verdadero sentido de ser hijo de Dios, pues preferimos caminar en lo seguro y nacer nuestro el dicho que dice que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Esto con Dios no funciona. Dios le dijo a Abraham: «Yo soy Dios todopoderoso, camina en mi presencia y sé perfecto. Yo concertaré una alianza contigo: te haré crecer sin medida» (Gn 17, 1-2). La propuesta de Dios siempre merece la pena. Es exigente pero plena, porque da sentido a nuestra vida y nos permite avanzar en el camino de la perfección, que no es otro que el del abandono en su presencia para poder estar siempre con Él, sin apartarnos en ningún momento, y ser santos, hombres llenos de Dios.
Una llamada que cambia la vida
Una llamada que cambia la vida. Estamos acostumbrados a vivir permanentemente mirando el móvil para ver quién nos habla y qué nos quieren decir. La dependencia que tenemos de él, podríamos decir, es considerable, tanto que nos inquietamos si no lo llevamos encima. A lo largo de nuestra vida hemos podido constatar que hay llamadas y llamadas y noticias y noticias.
¡Adoradle! ¡Feliz día de Reyes!
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2, 2).
Ha sido una noche mágica de ilusión y llena de regalos, llena de momentos entrañables que los más pequeños y los que no lo son tanto, viven con nerviosismo y alegría esperando verse sorprendidos por sus Majestades de Oriente. Ellos vieron un signo en el cielo; una estrella que no brillaba igual que las demás, que tenía algo distinto y que les hizo cuestionarse qué es lo que significa, qué quería decirles y qué sentido tenía que ellos la viesen y los demás no. Así es la presencia de Dios en nuestra vida, en nuestro día a día. Él brilla de manera especial para que nosotros podamos verlo a través de los signos que manifiestan su voluntad, su proyecto de salvación que tiene para todos nosotros, con el deseo de llenar nuestras vidas de sentido, ilusión y felicidad y así ser capaces de ponernos en camino para ir al encuentro del Señor que está presente en medio de la vida, de lo que nos acontece, y, especialmente, en los hermanos que nos rodean, a quienes tenemos que amar y con los que tenemos que vivir y hacer también camino.
¿Qué enfoque estás dando a tu vida?
Jesús se retiraba frecuentemente a la montaña, solo, a orar (cf. Lc 5, 16), tenía la costumbre de ir a solas porque allí se encontraba con el Padre y tenía esa comunión íntima de amor, esencia de la Santísima Trinidad. Esa comunión de Amor Perfecto es la que Cristo nos transmite, teniendo especial predilección por los humildes y sencillos: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien» (Mt 11, 25-26). Los que mejores sintonizan con Dios son los sencillos, porque lo anhelan y necesitan de su ayuda y de su consuelo. Su actitud siempre es de acogida, descanso, abandono y disponibilidad para lo que el Señor les propone. Se fían de Él porque tienen el corazón y el alma sencillos; los prejuicios hacia los demás y hacia la vida misma son menores; su manera de entender y de vivir es más sencilla y eso les permite abrir más pronto el corazón a Jesús y confiar en Él. Confiar en Dios les resulta mucho más fácil, porque el Padre les revela su amor a través de su Palabra y de su vida entera.
Jesús es la mejor compañía
«Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: “Este es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: “¿Qué buscáis?”. Ellos le contestaron: “Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?”. Él les dijo: “Venid y lo veréis”. Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día» (Jn 1, 36-39).
Qué inquietud que tenían Andrés y Juan para seguir a Juan Bautista y comenzar ese camino de conversión, preparándose para descubrir a Jesús y acompañarle. Y en cuanto Juan les dejo que Jesús era el Cordero de Dios, ellos, sin dudarlo se fueron tras Él. Dejaron al que hasta entonces había sido su maestro para seguir a Jesús y comenzar así un camino nuevo, totalmente distinto y lleno de momentos admirables y duros también que fueron viviendo. Fueron con un desconocido y con un futuro incierto sin saber dónde llegarían.
De las limitaciones a la confianza
Son muchas las ocasiones en las que afloran nuestras propias limitaciones y debilidades e incurrimos en errores a lo largo de nuestra vida. Estos provocan que tengamos que enfrentarnos con situaciones dolorosas, caídas que nos frustran y sufrimientos que en ocasiones nos condenan a no intentarlo más, bajar los brazos, perder el espíritu y dejar de luchar. Se debe a que el dolor que nos generan algunas caídas es tan profundo que nuestra mente rechaza súbitamente el reintentar superar la prueba que tanto fracaso nos induce. Quizás en este momento te puedes sentir desanimado, sin fuerzas para seguir, pensando en tirarlo todo por la borda; incluso puede que estas situaciones tan repetitivas te cansen tanto que estés harto de pasar por lo mismo tantas veces que estás decidido a cortar de una vez por todas, porque te encuentras sin fuerzas y piensan, creyéndote en toda la razón, de que no lo vas a volver a intentar y que ya no vas a pasar de nuevo por estas situaciones que te dañan y hacen que caigas y vuelvas otra vez a sufrir.
Avanzar con confianza
¡Cuántas veces posponemos las decisiones y dejamos correr el tiempo! Sufrimos más de la cuenta y nos bloqueamos enormemente. No alargues el sufrimiento innecesariamente porque el Señor está ahí esperándote para ayudarte a que te lances a solucionar tus agobios y preocupaciones. El camino más cómodo es el de dar largas y encerrarte en ti mismo. Al final todo se convierte en una huida que no te lleva a ninguna parte, pues todo vuelve a confluir en tu mente y poco a poco se va embotando más y más, llevándote a un agobio mayor y a un aparente camino sin salida. Hay que cambiar algo por poco que sea, por muy insignificante que parezca, porque así estás comenzando a dar un aire nuevo a tu vida, necesario para salir del bucle en el que te has sumergido y tan poco te está ayudando.
El pozo del encuentro
Son muchas las ocasiones en las que decimos que estamos cansados de personas, situaciones u obligaciones que tenemos que realizar. Los aconteceres cotidianos marcan nuestros estados de ánimo y desgastan nuestras ilusiones y los buenos deseos que podemos tener de cara al futuro. También las debilidades de los demás nos cansan y nos hacen perder la paciencia, dificultando el poder aceptarles tal y como son, pues se hace más difícil la convivencia y el poder avanzar juntos poniéndonos de acuerdo. Es fundamental el diálogo para no sucumbir ante la tentación de abandonar. No te dejes llevar solamente por lo que tú crees, desde la altura con la que tú miras las cosas. Es necesario tomar distancia para mirar tu realidad desde otra perspectiva, si puede ser, mucho más alta, para tener una mejor visión de todo lo que te está ocurriendo. Motivos para creer que estás en lo cierto y cargado de razón no te van a faltar, pues siempre vas a poder argumentar desde tu realidad y tu visión, cómo te sientes y cómo estás viviendo tu vida, se lo cuentes a quien se lo cuentes. Todo depende del color del cristal con el que mires las cosas. Pues no te sumerjas en el cansancio para argumentar tu punto de vista, porque te llevará a encerrarte más en ti mismo y no tener ni la valentía ni el coraje de dar pasos en la buena dirección.