Seguro que has experimentado en tu vida lo que es el sentimiento de envidia y has podido desear tener algo que los demás poseían y que tú no. Sabemos por experiencia lo mala que es la envidia y cómo se camufla en la forma de actuar de las personas de una manera tan sibilina que en ocasiones es difícil de detectar. Por envidia somos capaces de sacar lo peor que llevamos dentro y de disfrazarlo de la mejor manera para disimular y no ser descubiertos en nuestros actos. La envidia es capaz de matar nuestro propio corazón y nuestra fe, pues nos quita la paz y no cesará en su empeño hasta que vea que has conseguido aquello que deseabas y has vencido a “la persona oponente” y la has desprestigiado o destruido. No te deja vivir en paz porque siempre vas a estar comparándote con los demás y fijándote de mala manera en sus cualidades y virtudes antes que en las tuyas.
Si has de tener envidia de alguien que sea de Jesús, pues siempre va a ayudarnos a que podamos aprender de Él. Para eso ha venido el Señor, no solo para salvarnos sino para que aprendamos a imitarle, lo que pasa es que bien sabemos que es difícil. A veces parece que anhelamos más el tener posesiones y riquezas materiales que espirituales, y esto nos hace un gran daño en nuestra espiritualidad, pues nos centramos en lo mundano, en lo banal, en aquello que no nos aporta nada ni nos enriquece en nuestro interior. Desear las riquezas del mundo es no ser feliz ni disfrutar con aquello que Dios ha puesto en tu vida, y por eso empleamos multitud de energías y de esfuerzos en conseguir seguridades y bienestar a costa de nuestra vida de fe, que sabemos que es importante en nuestra vida, pero a la cual dedicamos un tiempo mínimo en comparación con el que empleamos a conseguir dinero, seguridad y bienestar.
Procura imitar a Jesucristo y anhela el vivir como Él, para que así puedas estar continuamente en su compañía, siguiendo sus mismos pasos y haciendo lo mismo que Él hizo en el Evangelio. Ponlo como modelo en tu vida, para que cada día Jesús pueda hablar a los que te rodean a través de ti. Confía en el Maestro porque no te va a pedir imposibles, lo que sí te va a pedir es que sigas sus pasos y vivas con la misma autenticidad que Él vivió, teniendo especialmente una vida intensa de oración que te permita aprender. Desea ser como Jesús, pues te quiere enseñar todo lo que ha aprendido del Padre, y así desde esta vivencia tengas envidia de Él para que alcances ese conocimiento de Dios que te ayudará a amar más a Dios.
Dice el apóstol san Pedro: “Apartaos de toda maldad, de toda falsedad, hipocresía y envidia y de toda maledicencia. Como niños recién nacidos, ansiad la leche espiritual, no adulterada, para que con ella vayáis progresando en la salvación, ya que habéis gustado qué bueno es el Señor” (1 Pe 2, 1-3). Que tu deseo sea siempre el desear estar con Dios y sacar todo lo bueno de Él, pues para esto el Señor nos ha creado a su imagen y semejanza, para que en lo hagamos nos sintamos plenos y encontremos su amor.
Llénate de envidia hacia Jesús para que desempeñes tu misión de cristiano como Él, hasta el final, dando la vida por los demás, siendo obediente al Padre y transmitiendo todo lo que aprendes de Él en tu oración personal. Y hablando de oración, ten mucha envidia de Jesús en retirarte todas las noches a orar en soledad, para que tu corazón siga unido al del Padre y puedas experimentar la unión íntima de tu corazón con el suyo, llegando a compartir y enseñar a los que te rodean ese rostro de Dios que también quiere encontrarse con ellos. Llénate de envidia de Jesús que nos enseña a perdonar a los enemigos y a los que le quitaron la vida. Bien sabemos que en ocasiones se hace más difícil perdonar, por eso pídele a Jesús que te ayude a perdonar de corazón a los que te pueden haber herido y que sigas cada día aprendiendo de Él, para que tengas un corazón manso y humilde, para transmitir la misericordia de Dios que se derrama a raudales incansablemente. Desea a Dios con todo tu corazón y déjate amar envolver por su Amor.