Dios siempre se ofrece en abundancia, siempre da en abundancia. Él no conoce la dosis, se deja dosificar por su paciencia, somos nosotros los que, por nuestros limites, conocemos la necesidad de las cómodas cuotas. Pero él se da generosamente y donde está siempre se da en abundancia. Es lo que nos dice el profeta Isaías durante este Adviento, que Dios se da entero totalmente, que no se queda corto en nada de lo que ofrece a su pueblo, a sus hijos. Dios es tan generoso que siempre se da en abundancia y no se entrega de otra manera, porque el amor que nos tiene es tan grande que nos desborda, nos sobrepasa en todo, abundantemente. Es el gran regalo que cada día Dios nos hace y que se nos da en todo Él. Descubrirlo, quizás nos cuesta en ocasiones, hasta que estemos preparados; está preparado, esperando pacientemente y llamándonos por nuestro nombre hasta que lo escuchemos con claridad y reaccionemos. Esta abundancia de Dios contrasta enormemente con nuestras pobrezas y limitaciones, que se hacen más visibles cuanto más alejados estamos de Él. El Señor nos conoce a la perfección y por eso quiere regalarnos su abundancia, para que tengamos la certeza de que su primera opción siempre somos nosotros.
Hay veces, que, por nuestra torpeza, nos creemos más que Dios; observamos frecuentemente a multitud de personas, movidas por corrientes ideológicas, que niegan su existencia y que quieren eliminar toda presencia religiosa de nuestra sociedad, estableciendo así una lucha contra Dios en la que poco tenemos que hacer. El único que sale victorioso es el mal, el demonio, que quiere contrarrestar por todos los medios esa abundancia de amor y misericordia que Dios está derramando cada día sobre nosotros a través de su amor y misericordia infinitas. Es la eterna lucha del bien contra el mal, donde tenemos que tomar partido, no solo en nuestro interior, sino también exteriorizándolo con nuestro testimonio, tanto de palabra como de obra. Es el momento de alzar la voz, de no quedarnos callados y de que los instrumentos del Señor comencemos a cumplir con nuestra misión, empezando por hacer a Dios más visible a través de lo que compartimos y ofrecemos de Él a los que tenemos a nuestro lado. Es la generosidad y la abundancia con la que tenemos que responder porque es la misma que el Señor nos está regalando. Y sería demasiado egoísta por nuestra parte guardarnos todo lo que Dios nos dice y regala sin compartirlo con los que están a nuestro lado.
Es el momento de la acción; estamos en Adviento y claramente nuestros entornos necesitan la alegría y la chispa que nos aporta Dios. Si queremos ver a los demás felices somos los primeros que tenemos que compartir nuestra felicidad y todo lo que Dios nos aporta. Es el tiempo de enderezar lo torcido y allanar lo escabroso con la ayuda de Dios. Es el momento de ser como Juan el Bautista: altavoz de Dios. Porque hay una llamada personal que Dios te ha hecho y a la que hay que contestar. ¿No te pones nervioso cuando estás esperando una llamada o un mensaje en el teléfono y justo cuando no puedes hablar lo recibes? Pues así es como deberíamos sentirnos cuando el Señor nos habla: deseosos de contestar y dar razón a todo lo que Dios nos está proponiendo. Ha llegado el momento y no puedes esperar, hacerlo es desperdiciar una oportunidad magnífica de dar ese paso al frente en el compromiso por Dios.
Es tiempo de abundancia, especialmente cuando te entregas a los demás gratuitamente. «Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el Reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia» (Mt 6, 32-34). Dios conoce nuestras necesidades y siempre nos quiere ayudar. Centrémonos en lo importante y esencial, para que este Adviento de la pandemia nos ayude a saborear cada día, viviéndolo con intensidad y entregándonos por completo al servicio del Evangelio en la vida de los que nos rodean. La confianza en Dios nos lleva a poner nuestra vida en sus manos, porque siendo conocedores de la generosidad tan desproporcionada del Señor, va a donarse abundantemente en nuestra vida, porque no se dosifica, sino que se entrega desproporcionadamente. Aprovéchalo para que el Señor te siga bendiciendo cada día y lo sigas compartiendo.