Muchas son las prisas y las carreras que nos damos cada día para poder llegar a todo lo que tenemos que hacer. Sentimos que la vida, las responsabilidades, los trabajos nos aprietan demasiado y no nos queda tiempo ni para respirar, ni para hablar de todas las cosas que tenemos que realizar. Hay veces que las personas nos volvemos demasiado egoístas y solamente pensamos en lo nuestro y en quedar bien con los demás para luego hacer lo que nos parece según nuestros intereses. No podemos actuar así porque nos hacemos un flaco favor.
Qué importante es creer en el proyecto para ver más allá de lo que toca. Esto supone más esfuerzo, compromiso, trabajo, dedicación… hemos de estar dispuestos a dar, pero por desgracia hay veces que no se puede o no se quiere. Todos sabemos bien de sobra que sacamos tiempo para lo que queremos y nos apetece. Creer y luchar por los proyectos es necesario para madurar y avanzar personalmente en nuestro camino. Las cosas nunca vienen solas, hay ocasiones en las que nosotros vemos claro y tenemos que tirar hacia delante; y hay otros momentos en los que nosotros no vemos claro y son otros los que tiran de nosotros, tenemos que hacer un acto de confianza en el otro. Por eso no hay que dejar nunca de sumar. Nadie es perfecto, pero no podemos dejar que sean siempre los mismos quienes empujen, sino que también nosotros tenemos que tomar la iniciativa, incluso aunque no lo veamos y nuestro entorno sí. Así son los proyectos de Dios. La Virgen María y San José no veían el proyecto de Dios en su vida y se fiaron, siguieron adelante, y tuvieron sus dudas; pero nunca dejaron de confiar en el Señor pues sabían que viniendo de Dios no les podía fallar.
Por eso ante las prisas y agobios de la vida no abandones tu vida de fe ni tu oración por llegar a todas las actividades que tienes que realizar día a día. Valora lo importante y cuida tu relación con Cristo que es el que anima tu alma y quiere que des mucho fruto para que así cambies lo que te rodea. Esto es lo que Dios espera de ti, que tomes la iniciativa y seas quien de el primer paso. El ejemplo lo tenemos en el evangelio de Lucas con Marta y María:
«Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada» (Lc 10, 38-42).
Es muy fácil dejarse llevar por el activismo, como Marta, pendiente de los quehaceres de la casa, dejando a un lado lo más importante: escuchar las palabras del Maestro. Escuchar lo hizo a la perfección María, pues se sentó a los pies de Jesús para no perder palabra de lo que decía y llenarse bien del Espíritu Santo. Si algo produce el activismo es el inconformismo, pues ni nos realiza ni nos plenifica, sino que nos llena de reproches, desencanto y continuas comparaciones con los demás. Como le pasó a Marta, que por mucho que hacía no era capaz de pararse ni saborear la presencia del Maestro que estaba en la intimidad del hogar compartiendo la vida y explicando las parábolas que decía.
Los seres humanos estamos convencidos de una necesidad de cambio. Lo principal no es que cambien las estructuras, sino los corazones. Pues cambiando los corazones somos capaces de transformar lo impensable con la ayuda de Dios. Todo va saliendo porque es Cristo quien está detrás potenciando y promoviendo cada uno de los gestos que hacemos. Dios está contigo, párate y escúchale.