Seguro que, a lo largo de nuestra vida, sobre todo cuando éramos más pequeños, nos han dicho muchas veces que tuviéramos cuidado porque nos podíamos equivocar y no hemos hecho caso porque pensábamos que siempre nuestros mayores estaban con la misma retahíla y que no nos entendían. Con el paso del tiempo y las experiencias vividas nos hemos ido dando cuenta de la razón que llevaban porque nos ocurría lo que ellos ya nos advertían.
Y es que darnos cuenta de las cosas. hay veces que, nos cuesta trabajo porque hasta que no somos conscientes de la realidad y no lo vemos totalmente claro, no reconocemos la realidad ni tomamos conciencia de lo que sucede ni de lo que somos. En nuestra vida es importante tener las ideas claras para hacer siempre lo correcto, siendo coherentes con lo que creemos y luego ponerlo en práctica.
Tomar conciencia de la vida y darte cuenta de lo que tienes que hacer van totalmente unidos de la mano, porque además nos hacen más sensibles a la realidad, a las necesidades del otro y de manera especial a los pequeños detalles. A todos nos gustan los pequeños detalles. Los más hermosos son los que se hacen sin que nadie se entere y simplemente por amor. El amor hace que pongamos todas nuestras energías en lo que hacemos, disfrutando con lo que realizamos y sintiéndonos realizados en todo momento, porque lo hacemos de verdad, sin ningún tipo de fingimiento ni envoltura.
Nuestra vida necesita grandes dosis de amor, el que recibimos y el que damos, y cuando tenemos claro lo que queremos hacer y dónde queremos llegar sin darnos cuenta nos convertimos en imanes, que arrastran a los demás y que se pueden sentir cuestionados e ilusionados por tu vida y tu proyecto personal, que es a su vez el proyecto de Dios.
Jesús nos lo refiere en el Evangelio, donde tenemos que poner toda nuestra alma: «¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho todo lo que os he mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Mt 17, 7-10).
Podemos decir que siendo creyentes hemos de ser responsables con la tarea que se nos ha encomendado, sin olvidar nuestra condición: somos hijos de Dios; y nuestra misión: llamados al compromiso. Jesús ha venido a cambiar el mundo y cuenta contigo para hacerlo realidad. Pero ojo, ante Dios no debemos presentarnos nunca como quien ha hecho un servicio y quiere una recompensa. Como siervos que somos del Señor sabemos que nuestra obligación es Dios, como para el esclavo su amo. Hemos de tomar conciencia de que nunca hacemos lo suficiente por Dios. Por actuar no tenemos derecho a ninguna recompensa. La única recompensa que tenemos es la fe que presuponemos en todos. La fe no es lineal, tiene altibajos, y quien nos sostiene es la fe. La fe es el anuncio
Por actuar no tenemos derecho a ninguna recompensa, pues somos siervos del Señor. y así nos pondremos en nuestro sitio, pues como nos dice Jesús en otro momento, si nos encuentra así, dichosos nosotros. Pues la fe es el anuncio gozoso de la vida y Cristo quiere que, con tu palabra y obra lo defiendas sin ningún tipo de miedo. Así es como tu corazón vibrará por Dios y tú contagiarás tu espíritu y entusiasmo a los demás, porque eres un elegido de Dios para hacer el bien. Y lo sentirás como tuyo y te entregarás al máximo. ¡Que Dios te ayude!