Hay veces que cuesta ver a Dios con claridad. Nuestra vida se tuerce sin saber cómo y de repente todo cambia. Sobreponerse a las adversidades lleva su tiempo, y casi sin darte cuenta, te puedes ir sumergiendo en un túnel muy oscuro, en el que resulta casi imposible ver la luz. Todo es oscuridad y la amargura se comienza a apoderar de ti. No sabes cómo quitártela, porque los pensamientos pesimistas te aplastan cada vez más, agarrotándote y haciéndote cada vez más pequeño; tan pequeño que piensas que no sirves para nada y que tu vida ya no tiene sentido, no merece la pena. Escuchas frases de ánimo, que te quedan muy lejanas, casi como un susurro, sin fuerza, que rápidamente se vuelven a ver eclipsadas por la vorágine de pensamientos e ideas que te vuelven a centrar en tu sufrimiento, en tu angustia. El tiempo parece que se ha detenido, porque pasa muy lento, con lo cual el tiempo de oscuridad parece que se eterniza más, y la desesperanza comienza a helar tu alma, a sentir ese escalofrío tan temido, en el que todo es vacío y caída libre sin saber a dónde vas a llegar.
Escucha lo que te dice el Señor: «Tú eres mi siervo, te he elegido y no te he rechazado, no temas porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa. No temas, yo mismo te auxilio» (Is 41, 9-10.13).
Al principio estas palabras pueden no resonar en tu interior. No dejes de leerlas, porque te irán rescatando poco a poco y te irá “calentando” el corazón. Necesitas de Dios, tu alma necesita ese encuentro con Dios para resucitar de nuevo. Esa angustia y ansiedad que tienes, comenzará a pasar poco a poco; en cuanto seas capaz de poner tu vida en las manos de Dios. Dios no tiene prisa, tampoco la tengas tú, para que el proceso se vaya realizando según sus tiempos. Ten en cuenta que la casa no se empieza a construir por el tejado. No adelantes los procesos, pero deja que todo se vaya resituando poco a poco. El Señor te ha elegido, no te ha dejado de la mano, lo dice muy claramente, porque eres su hijo y le importas. Está contigo. Sabe que son normales tus dudas, miedos, el descuadre que tienes en tu vida, fruto de esta situación tan dolorosa, tan dura… pero está contigo. Es una maravilla que Él te diga: “Soy tu Dios”, porque está contigo, a tu lado. ¿Lo ves? ¿Lo sientes? Tranquilo si es que no. Está esperando que estés preparado. Deja que estas palabras sigan resonando en tu interior. Hay veces que el eco tarda más en escucharse, y parece que las palabras se pierden y no vuelven. Pero Él no es así.
«Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mi vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo» (Is 55, 10-11).
Dios te rescata y te ayuda. Ni defrauda ni decepciona. Pero no olvides perseverar en tu oración y en tu actitud de búsqueda, porque, te lo repito, el Señor rescata y te salva. Empiezas a respirar de otra manera, a ver las cosas distintas, porque estás empezando a dejar que el Señor actúe y renueve el aire que respirar, serene tus ánimos, caliente con el fuego de su Espíritu tu alma…, y comienzas a ver el anhelado haz de luz que te dice que es posible salir adelante, levantarse y reemprender la marcha. Dios siempre cumple su promesa, es lo que estamos viviendo en este tiempo de Adviento, y “te fortalece, te auxilia y te sostiene”. Es fiel y está a tu lado siempre, sin separarse de ti. Déjate hacer, ábrele tu corazón de par en par para que actúe, no le pongas ningún impedimento ni condición, porque se está implicando en tu vida, para socorrerte, para hacerte más fuerte, para que, abandonado en sus manos, confíes plenamente en Él y desaparezcan tus temores y el miedo a lo que está por venir. Lo que has vivido hasta ahora es parte de tu vida, de tu experiencia, de tu historia; Dios quiere ayudarte a sanarte, a reconciliarte con tu pasado, a aceptarlo con corazón agradecido. Lo que está por venir, tu futuro, el Señor lo quiere escribir contigo, y no sabes lo que te tiene preparado. Un proyecto maravilloso lleno de grandes momentos e increíbles experiencias, pero siempre de su mano. Nunca lejos de Él.
DIÁLOGO
Yo: Hola Dios
Dios: ¡¡¡Hola!!!
Yo: Me estoy desmoronando. ¿Me puedes volver a armar?
Dios: Preferiría no hacerlo.
Yo: ¿Por qué?
Dios: Porque no eres un rompecabezas.
Yo: ¿Qué pasa con todas las piezas de mi vida que se caen al suelo?
Dios: Déjalas allí por un tiempo. Se cayeron por una razón. Déjalas estar allí un rato y luego decide si necesitas recuperar alguna de esas piezas.
Yo: ¡No lo entiendes! ¡Me estoy rompiendo!
Dios: No, tú no entiendes. Estás trascendiendo, evolucionando. Lo que sientes son dolores de crecimiento. Estás desprendiéndote de las cosas y las personas en tu vida que te están reteniendo. No se están cayendo las piezas. Las piezas se están poniendo en su lugar. Relájate. Respira profundamente y deja que esas cosas que ya no necesitas se caigan. Deja de aferrarte a las piezas que ya no son para ti. Deja que se caigan. Déjalas ir.
Yo: Una vez que empiece a hacer eso, ¿qué me quedará?
Dios: Solo tus mejores piezas.
Yo: Tengo miedo de cambiar.
Dios: Te sigo diciendo: ¡NO ESTÁS CAMBIANDO! ¡ESTÁS CONVIRTIÉNDOTE!
Yo: ¿Convirtiéndome, en quién?
Dios: ¡Convirtiéndote en quien yo creé para que fueras! Una persona de luz, amor, caridad, esperanza, alegría, misericordia, gracia y compasión. Te hice para mucho más que esas piezas superficiales con las que has decidido adornarte y a las que te aferras con tanta codicia y miedo. Deja que esas cosas se te caigan. ¡Te amo! ¡No cambies! ¡Conviértete! ¡No cambies! ¡Conviértete! Conviértete en quien quiero que seas, en quien creé. Voy a seguir diciéndote esto hasta que lo recuerdes.
Yo: Ahí va otra pieza.
Dios: Sí. Deja que sea así.
Yo: Entonces … ¿no estoy roto?
Dios: No, pero estás rompiendo la oscuridad, ¡¡Conviértete!! ¡¡Conviértete en quien realmente eres!!