Tratar a los demás como queremos que nos traten a nosotros a veces nos resulta demasiado difícil. En nuestro mundo constatamos continuamente la desconfianza que hay entre las personas; lo ajeno y distante que nos quedan los problemas de los demás; el individualismo con el que nos movemos; los intereses por los que actuamos las personas buscando el propio beneficio y olvidándonos de mirar a los otros; el olvido y la ceguera con el que tratamos a los más desfavorecidos, pasando delante de ellos como si no estuvieran; la competitividad que hay en nuestro entorno sabiendo que hemos de estar atentos para que no nos superen o no nos adelanten en nuestros propósitos e intereses. Que esta Cuaresma seas capaz de pararte a reflexionar sobre el trato que estás dando a todas las personas que tienes a tu alrededor, desde las más cercanas hasta las que se cruzan en tu día a día y ni siquiera te paras a hablar con ellas. Es la oportunidad que se te presenta para cambiar actitudes, pensamientos y sobre todo el entorno que te rodea, para así hacer realidad el nuevo mundo al que nos llama el Evangelio cada día, desde el amor y la misericordia.
Los cambios no pueden ser a la fuerza. Hay personas en nuestros entornos que fuerzan situaciones e incluso a las personas, pensando que, porque tienen más responsabilidad o poder, pueden imponer su deseo o visión de las cosas, sin más. Los cambios se producen desde el crear conciencia, involucrando e ilusionando a los demás con un proyecto que nace desde la experiencia de Dios. El Evangelio nunca se debe imponer, porque entonces corre el riego de mal interpretarse y convertirse en fanatismo, en ideología. El Evangelio se vive cuando se produce el encuentro con Cristo Resucitado, que nos seduce, cambia y transforma la vida. Entonces empiezas a ver al otro como hermano, como miembro de ese mismo cuerpo del cual tú formas parte, y no lo ves como número, instrumento u objeto para hacer tu voluntad.
Si quieres tratar a los demás como te gustaría que te tratasen a ti, has de tener claras dos actitudes: la primera cuál es el trato que tú pides a los demás, y la segunda, cuál es el trato que tú das a los demás. En la primera actitud seguro que quieres que te traten bien, con delicadeza, amor, ternura y sobre todo que te ayuden a mejorar tu propia vida, para encontrar la felicidad y la plenitud en todo lo que haces, evitando también cualquier tipo de dolor o sufrimiento. Si es así como quieres que te traten has de tener la misma reciprocidad en tu trato con el hermano, poniendo como principales valores el amor y la misericordia, para que fructifiquen en ti y te salgan siempre cada vez que tienen un encuentro con los hermanos. No basta con la buena voluntad e intenciones. Los gestos son imprescindibles para que la coherencia sea una norma de vida. Si la moral y la ética nos sirve solo para controlar y juzgar a los demás y no para actuar, entonces estamos actuando hipócritamente.
Este tiempo de Cuaresma es una bella oportunidad para revisarte, para analizar cada situación y ser honesto contigo mismo, para que tu norma de vida sea amar sin límites, siendo un testimonio cristiano y creyente allá donde estés. «Por sus frutos los conoceréis» (Mt 7, 20) nos dice el Señor Jesús; y es el momento propicio para que con la ayuda del Señor seas capaz de seguir tu proceso de conversión, sintiendo la llamada que el Señor Jesús te hace para que seas reflejo de su amor y de su ternura. Si algo necesita nuestro mundo son precisamente estos dos regalos tan hermosos que nos permiten sacar todo lo mejor que tenemos en nuestro interior y ofrecérselo a los demás. Atrévete a realizarlo y no tengas ningún miedo a ponerlo en práctica, porque todo lo que nace del Señor llega siempre a buen puerto, y todo esfuerzo empleado en su nombre, siempre obtiene su recompensa.