Seguro que eres consciente de la importancia del tiempo en tu vida. Sabemos del valor que tiene para cada uno, aunque hay veces que no sabemos administrarlo adecuadamente. Lo perdemos con demasiada facilidad y dejamos que pase lo que ya nunca volverá. «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo»(Ecl 3, 1) y cada uno estamos llamados a seguir el orden necesario para que disfrutemos de lo que hacemos y saquemos el mayor provecho posible. Da la sensación que a nuestras generaciones más jóvenes no les hemos sabido transmitir la importancia de valorar el tiempo. Es triste ver cómo multitud de ellos en vacaciones dicen que se aburren y que están deseando que pase el momento presente para hacer algo y entretenerse.
Dios nos ha dado el tiempo para que nos realicemos como personas y maduremos. Para que nos sintamos bendecidos. Para que lo sepamos aprovechar de la mejor manera posible. Dice el refrán que “el tiempo es oro”, y debemos darle el valor que se merece, porque si logramos administrarlo de la mejor manera posible y somos capaces de programarnos bien en nuestro día a día saborearemos todo lo que hacemos y no daremos paso a la improvisación. Si algo nos caracteriza en muchas ocasiones es la capacidad de improvisar y con suerte las cosas nos salen bien. No podemos dejar nuestra vida ni nuestros planes al azar. Programarse es necesario para que lo que hacemos nos enriquezca y le saquemos el mayor provecho posible. Vivir en la improvisación es vivir en la incertidumbre, sin saborear lo que haces, pues la tensión a la que te ves sometido incrementa la inseguridad y el temor a que todo se desvanezca.
Cada uno, por lo tanto, hemos de ser responsables de nuestro propio tiempo. Para esto Dios nos ha dado la libertad, para que podamos tomar nuestras propias decisiones y hacer lo correcto, sabiendo discernir cada momento. No podemos andar “ciegos” por la vida, sin mirar hacia dónde vamos ni qué vamos a realizar. Necesitamos saber cuál es la meta a la que nos dirigimos, qué caminos son los que queremos recorrer, qué sentido estamos dando a lo que vivimos cada día. Vivir al margen de Dios es demasiado arriesgado, pues estamos privándonos de algo que nos hace mucho bien cada día, el detenernos y ponernos en sus manos. La oración es fundamental en nuestra vida, y el examen de conciencia diario, que nos permite revisarnos, ver qué es lo que hemos hecho bien o mal, y enderezar lo que se ha podido torcer. No lo dejes de la lado. Busca cada día un momento para rezar y revisarte y así poder caminar cada día sabiendo qué es lo que estás haciendo y porqué.
Ten claras cuáles son tus prioridades. Hay muchas veces que convertimos en prioridad lo que es secundario y viceversa. Tu escala de valores es fundamental para saber determinar lo que es más importante en cada momento. Quien pierde el tiempo es porque no tiene claro lo que es importante en su vida, y, por lo tanto, no dedica ningún esfuerzo a cambiar. Siempre es más cómodo dejarse llevar que ponerse en marcha y enfrentarse a uno mismo. Salir de tu propia inercia a veces cuesta demasiado, sobre todo cuando no se tiene claro lo que se quiere.
Por eso ponte en las manos del Señor, y como nos dice el libro del Eclesiastés: «Comprobé la tarea que Dios ha encomendado a los hombres para que se ocupen de ella: todo lo hizo bueno a su tiempo, y les proporcionó el sentido del tiempo. Pero que el hombre coma, beba y se regale en medio de sus fatigas es don de Dios. Comprendí que todo lo que hizo Dios durará siempre: nada se puede añadir ni restar. Y así hace Dios que lo teman. Lo que es ya había sido, lo que será ya es, pues Dios hace que el pasado se repita»(Ecl 3, 10-15).
Dios que todo lo sabe y todo lo puede te ha regalado el tiempo para que viviendo encuentres tu propia felicidad amando y sirviendo a los demás. Aunque a veces te cueste trabajo, ten claro que lo que Dios quiere de ti es que seas la persona más feliz del mundo, porque todos te necesitan, y Dios se sirve de ti para hacerse presente. No le escatimes su tiempo porque Dios no te escatima su amor.