Las desesperanzas y fracasos de la vida hacen que caminemos tristes, desorientados, cabizbajos, confundidos…; es como si fuera volver atrás con la sensación de que todo es un desastre y de que no hay solución ante los problemas. La esperanza no se encuentra y parece que la desesperación se empieza a hacer fuerte en nuestra vida. Esto es lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús, cuando regresaban a sus casas; todo estaba perdido, sus aspiraciones habían desaparecido con Jesús crucificado. No podían dar crédito a que Jesús, que había hecho tantos milagros, terminase en la cruz de la vergüenza; no podían entender que Dios no salvase a su propio Hijo de una muerte tan infame. La Cruz se había convertido para ellos en una decepción de la idea que Jesús les había transmitido de Dios; todas las ilusiones que habían nacido al lado de Jesús se habían desvanecido y los ojos nuevos con los que habían aprendido a mirar la vida desde el Evangelio de Cristo se habían cerrado con la losa del sepulcro.
Es necesario echar un vistazo a nuestro propio interior para revisar la idea que tenemos de Dios y de cómo muchas veces nos construimos una imagen de Él a nuestra medida según el momento de la vida que estamos atravesando. Dios es el Dios del Amor, del Perdón y de la Vida. Por eso quiere ayudarnos a superar esta situación de tristeza y desesperanza saliendo a nuestro encuentro durante nuestro camino. Porque la vida es un camino, que a veces no entendemos; que tenemos que recorrer estemos como estemos volviendo a nuestro pasado, como los de Emaús. Y es ahí cuando Cristo Resucitado sale al encuentro, para que no repitamos la misma historia de nuestra vida, si no para que tomemos caminos nuevos apoyados en su presencia que hace que nuestro corazón arda de una manera distinta a como lo venía haciendo. Ellos estaban ciegos, no lo reconocían en primera instancia, pero siguieron caminando a su lado. Es “al partir el pan”, en la Eucaristía, donde sus ojos alcanzan la claridad para ver a Jesús Resucitado. Todo se abre y se transforma con la luz de Cristo. Él es el que transforma su desesperación en vida; cuando tocamos fondo en nuestra experiencia personal de fracaso, incapacidad autosuficiencia… Dios nos tiende la mano para transformar nuestra noche en amanecer, nuestra angustia en alegría y paz.
Y entonces es cuando se produce el camino de vuelta desandando los pasos que has dado sumergido en la oscuridad, lleno de luz y de esperanza. Es importantísimo que reconozcas a Jesús Resucitado al partir el pan, para que la luz vuelva a aparecer en tu vida. No es fácil en un primer momento. Hay que salir de Jerusalén, caminar en esa soledad aparente (acompañado por Jesús, aunque no lo veas ni sientas) para que se dé la oportunidad del encuentro, para que Cristo te abra el entendimiento y llegue a los más profundo de tu corazón para que te pueda consolar. Cambia tu centro de sentir, no te quedes en el dolor que te quita la respiración y te ahoga, céntrate en la puerta de tu corazón y en la llave que la abre para que empieces a abrirla y Cristo pueda entrar. Deja que Él se encargue de ti, que haga en tu interior todo lo que necesitas para que puedas volver de nuevo a Jerusalén, a tu propia vida, con el corazón transformado y lleno de esperanza para volver a amar, no como antes, si no de una forma distinta: lleno de la presencia de Jesús Resucitado.
Pon tu fe en las manos del Señor para que Él la aumente cada día, la renueve en la esperanza y el amor y así seas capaz de seguir compartiendo las misericordias que hace en tu vida y dando gracias por todo lo bueno que has compartido y has amado; aferrándote con fuerza al Dios de la Vida que es especialista en escribir derecho en renglones torcidos.