¡Qué importante es tener un lenguaje común! Seguro que en más de una ocasión te ha ocurrido de estar en una discusión con alguien, intentando hacerle ver lo que tú piensas, y con el paso de la discusión o al momento después te has dado cuenta de que estabais los dos diciendo lo mismo pero con distintas palabras. Lo mismo nos ocurre también con las acciones que realizamos. Muchas veces usamos caminos distintos, todos válidos, para llegar al mismo fin. No hay camino mejor ni peor, porque cuando uno actúa con recta intención, lo hace con todo lo bueno que posee para intentar conseguir el objetivo, y, por el camino hacer todo el bien que pueda. Hay veces en las que cuando estamos viendo a los demás cómo hacen las cosas o cuando nos las están contando, pensamos que nosotros lo haríamos mejor o que la manera de proceder que tenemos es mucho más eficaz que la suya. No te dejes llevar por este tipo de prejuicios, porque lo único que hacen es empobrecerte, pues cierran tu corazón y tu alma al dejarse enriquecer por lo bueno que los otros también te pueden ofrecer.
Después de años de experiencia y de camino en la Iglesia, he experimentado, en primera persona y en muchos lugares y grupos con los que he estado, lo celosos que somos de nuestras “parcelitas”, de lo nuestro, no siendo, por lo tanto, instrumento de comunión dentro de la Iglesia para los hermanos. La meta que tenemos es común: Jesucristo; y bien es cierto que como dice el apóstol san Pablo: «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.» (1 Cor 12, 4-5). Cada uno tenemos carismas, ministerios y formas de actuar distintas, pero no nos podemos olvidar de que tenemos un mismo Dios que nos habla en un único lenguaje: El Evangelio. Por eso estamos llamados a tener un lenguaje común que nos permita entendernos y buscar la comunión en nuestra forma de evangelizar y de poner en práctica la Palabra de Dios, para que así nuestras comunidades cristianas sean referentes en medio de nuestra sociedad.
No podemos sentirnos contrincantes los unos de los otros, y hay veces que nos ocurre esto, viviendo cada uno en nuestra propia “parcelita” sin mirarnos entre nosotros. El evangelio no entiende de ofertas y demandas, entiende de amor y de misericoridia, y la evangelización y nuestro ámbito de acción no pueden ser objeto de rivalidades y de salvar lo nuestro sin importarnos lo de los demás. Así lo manifiesta el apóstol San Pablo: «Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.» (1 Cor 1,10). Aprovechemos pues este lenguaje común que tenemos, que es el del Amor de Dios, para aunar criterios y caminar todos juntos hacia Cristo, viviendo cada uno desde los propios carismas y dones que el Señor nos ha regalado, sin renunciar a nuestra propia esencia, compartiendo y celebrando juntos la fe, para así poder cantar juntos las maravillas que el Señor está haciendo con nosotros.
Busca tener un lenguaje común en tus relaciones personales, para que sea más lo que te une que lo que te separa de los demás. Que las palabras del apóstol Pablo te ayuden a construir comunión y fraternidad con todos, pues tener un mismo pensar y un mismo sentir en la fe significa caminar unidos en el amor, poniendo siempre este amor por encima de todo, para que puedas ver a Cristo en quien te rodea y darle lo mejor de ti siempre, sea quien sea. Esta actitud tan necesaria, te permitirá aceptar a los que no actúan ni piensan como túy a ver la riqueza de la comunidad eclesial a la que perteneces, sabiendo que en sus distintos dones y carismas Dios es bendecido porque el Espíritu Santo está actuando en cada persona. Y poder reconocer esto es muy grande, porque estás viendo los frutos que la fe está dando en los hermanos y cómo estos lo comparten gratuitamente. Además eres testigo de ello, y como seguidor de Jesús estás llamado a anunciar las grandezas que el Señor está haciendo en tu vida y a tu alrededor. Y es que el lenguaje común, que es el lenguaje de Dios, nos enriquece y nos eleva al cielo, para estar siempre con el Señor. No dejes pasar esta oportunidad ningún día de tu vida. Tu alma gozará y tú serás feliz.