Solemos decir que el mundo está mal y que nuestra sociedad ha perdido los valores, aquellos que desde siempre se han vivido y son nuestras señas de identidad. Personalmente estoy abierto a los cambios y creo que el progreso llega a una sociedad cuando ésta es capaz de cambiar y avanzar, pero no a cualquier precio. Los cambios para que sean verdaderos no pueden ir contra natura, tampoco se pueden forzar. Todos tenemos claro que las prisas no son buenas porque hacen que todo se precipite y no siempre salen las cosas como queremos, pues estamos acelerando los procesos naturales del cambio y todo termina escapando de nuestro control. Para que una sociedad cambie es necesario respetar los ritmos, siendo pacientes y acomodando las nuevas ideas y formas de vida a las transformaciones que se van produciendo poco a poco con el paso del tiempo. Por eso cambiar las mentalidades cuesta tanto trabajo, porque no es un trabajo que se hace solo de palabra y en un momento puntual, sino que es un proceso lento que se va dando con el paso del tiempo y de los acontecimientos, que va calando poco a poco según las vivencias.
Por eso necesitamos vivir y proporcionar todos los materiales necesarios para que se pueda desempeñar esta misión. Si queremos que este proyecto funcione, no podemos ver los toros desde la barrera, tenemos que implicarnos cada vez más para que poco a poco tu entorno comience a cambiar con lo que tú eres capaz de aportar y transformar. Es la teoría del “granito de arena”. Cada uno somos ese granito de arena que ha de sentirse parte de un todo, de un proyecto de vida que va avanzando poco a poco unido a los demás y caminando en sintonía. Porque así grano a grano formaremos una gran montaña que se hará visible para toda la sociedad. Es necesario despertar, tomando conciencia de que cada uno tenemos una gran responsabilidad porque hemos de tender puentes con los granos de arena de que nos rodean y hacernos cada vez más fuertes para así no desprendernos de la montaña ni salir volando con la mínima corriente de aire que arrecia y disipa las buenas conductas, deseos y proyectos que suman y edifican.
Jesús enseñó a los discípulos la importancia de sentirse parte de un proyecto, de una comunidad que ha de ser punto de referencia en medio del mundo y por lo tanto llamada a empapar la sociedad del gran amor de Dios. Ese amor que te hace sentir especial porque tu corazón se abre al Señor y se deja seducir por Él. Un entendimiento que no es esclavo de las razones ni de los esquemas, sino que está totalmente dispuesto a dejarse guiar por el Espíritu Santo que va sugiriendo en cada momento lo que hay que hacer para actuar en el nombre del Señor y para caminar en comunión con las personas que nos rodean.
Así nos lo cuenta el evangelista san Juan: «He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado» (Jn 17, 6-8). Jesús nos elige, nos da a conocer el nombre de Dios para que guardemos y pongamos en práctica el evangelio y lleguemos a esa sintonía perfecta, a esa comunión, entre nosotros con Dios y quienes nos rodean, para que llenos del Espíritu Santo seamos capaces de dar razón de lo que Cristo significa y es para nosotros.
Solo cambiaremos el mundo desde Dios, que todo lo puede y es capaz de hacer posible lo imposible. Cierto es que la fe mueve montañas y que los proyectos de Dios no son nuestros proyectos. Por eso tenemos que abrir nuestro corazón, para que la Vida que Dios nos da la podamos contagiar en nuestro mundo y llenar de auténticos valores cristianos cada uno de los ambientes en los que nos movemos. Así es como se transforma la sociedad: contagiando el amor de Dios y llenando de amor los corazones. No te canses de amar.
“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos” (San Agustín de Hipona).