Una llamada que cambia la vida. Estamos acostumbrados a vivir permanentemente mirando el móvil para ver quién nos habla y qué nos quieren decir. La dependencia que tenemos de él, podríamos decir, es considerable, tanto que nos inquietamos si no lo llevamos encima. A lo largo de nuestra vida hemos podido constatar que hay llamadas y llamadas y noticias y noticias.
Jesús pasa siempre llamando, pero no al móvil. Pasa llamando a tu corazón cada día, esperando poder entrar. ¿Por qué nos cuesta trabajo dejarle entrar? En ocasiones convertimos a Dios en un extraño, en un desconocido, en alguien muy fácil de juzgar y reprochar especialmente cuando las cosas no nos van todo lo bien que nos gustaría. Es Dios quien llama y es a Él a quien tienes que abrirle la puerta y dejar que entre en tu corazón sin ningún tapujo, sin miedo a que entre. Déjale que se siente, que esté en el lugar más acogedor, en el centro, para que así tú también te sientas bendecido por Él y disfrutes de su presencia y de todo lo bueno que tiene que a aportarte. La llamada de Dios a tu puerta no es por casualidad. Aunque a ti te parezca así, Dios persevera, es constante y paciente y sigue esperando para entrar, a que tú estés preparado. Es como cuando vamos a recibir una visita especial a nuestra casa, ¿no limpiamos, ordenamos y preparamos todo para la ocasión? Y esperamos impacientes a que llamen a la puerta para abrir, recibir y agasajar. Pues lo mismo ocurre con el Señor, debe de estar preparado el espíritu para poder escuchar la llamada, abrirle, recibirle y acompañarle hasta su sitio. El recibimiento ha de ser gozoso, alegre y lleno de amor, ese amor que Dios devuelve más que multiplicado. Acompáñale en todo momento y no le dejes solo, no le invites a marcharse antes de tiempo, porque Él quiere quedarse siempre. ¿En qué momentos te olvidas de Dios en tu día a día? ¿Cuándo le invitas a irse porque tienes tantas cosas que hacer que no le puedes atender en ese momento?
No todas las llamadas son iguales, y la de Dios no la podemos comparar con la de nadie. Él también llama a tu puerta a través de los que te rodean. «Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 2-3). Vive desde estas estas actitudes: con humildad, para no juzgar a nadie; con amabilidad, para tratarles con cariño y delicadeza; con comprensión, para aceptar sus debilidades y flaquezas; con amor, para saber perdonar y justificar los errores y faltas que puedan cometer; con compromiso y perseverancia, para no desfallecer y ser instrumentos de unidad con los que te rodean. Estas actitudes te ayudarán para que la llamada cotidiana que Dios te hace sea más intensa y la puedas escuchar con claridad para que así tu corazón sea el hogar cálido, lleno de amor y paz que todos deseamos en nuestras vidas. La paz y el amor son posibles si tu corazón está lleno de ellos y Dios habita en Él. Es necesario reponer lo que se gasta. Basta un ejemplo: como rápidamente perdemos la paciencia con los demás, tenemos que renovarla constantemente en nuestra vida. Lo mismo ocurre con la fe: como el ritmo de vida que llevamos se encarga de quitarnos el tiempo para Dios y la autosuficiencia nos hace a cada uno capaces de creernos dioses de ella sin necesidad de nada y de nadie, al final la fe se pierde, se debilita e incluso se niega. La falta de fe invierte el orden natural de las cosas y al final se entra en la dinámica del todo vale según mis criterios, mi forma de pensar y de ver la vida.
No todas las llamadas son iguales, y Dios llama a tu puerta para acercarte la Verdad; la que va a dar sentido pleno a tu vida; la que te va a iluminar cada día para “esforzarte en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”. La Verdad que Dios te propone es muy distinta a la verdad que los hombres creemos tener. No somos absolutos porque somos imperfectos y tenemos fechas de caducidad. Basta con echar un vistazo a la historia para darnos cuenta de que los proyectos humanos finalizan en el tiempo, mientras que el proyecto de Dios es eterno. Esta es la llamada que Dios hace a tu vida: ofrecerte participar de la Verdad y lleno del Espíritu Santo, que te va a guiar hacia la plenitud y la felicidad absoluta y verdadera, porque esta no depende del ser humano sino de Dios.
No todas las llamadas son iguales. ¿Estás dispuesto a abrir tu corazón al Señor?