Evitar la rutina para no perder el entusiasmo. Resulta muy fácil sumergirnos en el mundo de la rutina y encerrarnos en nosotros mismos, en nuestras prisas y agobios; y somos incapaces de levantar la mirada para ver más allá de nosotros mismos. Actuamos como autómatas y nos instalamos en el hacer las cosas por pura inercia sin motivación ni sentido, simplemente porque hay que hacerlas. Perder la ilusión y dejarse llevar es muy fácil, y además impide que no disfrutemos de la vida, de lo que nos rodea y de lo que tenemos. Así resulta más difícil alcanzar nuestras metas y desarrollar nuestro proyecto de vida y entramos en una dinámica donde lo que vivimos no nos hace felices ni nos realiza plenamente.
Ponte en las manos del Señor y que Él sea quien te guíe e ilumine en tu caminar. Sal de esa rutina en la te encuentras sumergido. «¿No sabéis que en el estadio todos los corredores cubren la carreta, aunque uno solo se lleva el premio? Pues corred así: para ganar. Pero un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita» (1 Cor 9, 24-25). Procura que todo tenga un sentido en tu vida, porque la carrera de la fe es de fondo, no inmediata. San Pablo nos pone el ejemplo de los atletas, todos terminan la carrera en la que corren, incluso hasta el último; todos quieren terminar la carrera. Se entrenan para ganar, pero no todos quedan en primera posición. Eso no impide que se esfuercen y den lo mejor de sí. Por eso el apóstol nos dice que en cualquier situación podemos servir a Cristo, y ese debe ser nuestro esfuerzo: servir siempre, sin desfallecer, incluso cuando nos asalte la tentación y nos den ganas de abandonar, de bajar los brazos. Con Jesús todo tiene sentido, todo se puede.
Jesús siempre nos recuerda que estemos en vela, que no nos durmamos. Que no nos dejemos vencer por el sueño que nos impide ver lo que ocurre a nuestro alrededor y sobre todo perder la conciencia. Revisa tu día a día para ser consciente de las cosas que haces por rutina, por hacer; de las veces que das por hecho las cosas, especialmente cuando se trata de tus relaciones personales. No dejes que tus ilusiones, alegrías, proyectos… se marchiten con tu descuido, monotonía, desencanto. Destiérralos de tu vida para que puedas saborear cada momento, cada encuentro, cada oportunidad que se te presenta para dejarte sorprender por mucho que estés acostumbrado a vivirlo. Tu vida es un regalo y Dios cada día te invita a que la disfrutes. Pasa tiempo con el Señor; a veces supone un esfuerzo. Sacamos tiempo para lo que queremos, por eso es importante poner distancia con el ruido, estrés, ajetreo cotidiano… y sentarte con calma y en silencio para encontrarte con tu Dios que te está esperando y deseando pasar un rato de intimidad contigo, personalmente, solos: Él y tú.
Que tu vida no sea de mínimos. Cuando hacemos las cosas por cumplir el expediente, vivimos en lo mínimo. Piensa por un momento las situaciones de tu vida en las que actúas así, haciendo lo mínimo. Dios siempre te pide más. «Por eso corro yo, pero no al azar; lucho, pero no contra el aire; sino que golpeo mi cuerpo y lo someto, no sea que, habiendo predicado a otros, quede yo descalificado» (1 Cor 9, 26-27). San Pablo lo dice claramente: En su vida no quiere caer en la rutina, quiere darlo todo cada día, incluso aunque le toque esforzarse al máximo para no quedar descalificado, para no perder la carrera de la fe, donde tiene que mostrarse a sí mismo que su entrenamiento diario ha merecido la pena; que en su carrera es capaz de mostrar que está preparado; luchando contra las tentaciones disfrazadas de comodidad, inmediatez, pereza, egoísmo, quedar bien por encima de todo y cumplir. Dios no quiere que cumples ni quedes bien, Dios quiere que todo lo hagas por amor y encuentres el sentido a todo lo que vives.
Ayúdanos Señor a vencer la rutina.
Que me deje sorprender por lo que me acontece y te lo pueda ofrecer a Ti.