Siempre es necesaria una parada en el camino para descansar y reponer fuerzas. Humanamente lo necesitamos, porque ninguno somos invencibles, incombustibles… más bien lo contrario, nuestra propia fragilidad humana nos hace depender del descanso. Es importante saber detenerse y elegir un buen lugar para saborear lo vivido y compartirlo con las personas a las que amamos y queremos. ¡Con qué ilusión programamos y realizamos esos viajes en familia y con los amigos que tanto nos alimentan! Y deseamos incluso que se pare el tiempo para disfrutarlo más todavía. Además de los recuerdos que nos traen y las veces que nos referimos a ellos como momentos bellos y hermosos que hemos vivido. Estos momentos forman parte de nuestra vida y de las veces que nos hemos sentido felices y cómodos.
En nuestra vida interior necesitamos también de momentos así, donde deseemos estar con Dios y que el tiempo se pare para saborear más su presencia y todo el amor que Él nos da. Hemos de procurar que estos momentos se den cada día de nuestra ajetreada vida. Hemos de programar cada encuentro y vivirlo con el gozo de saber que nos vamos a encontrar con Dios, el más importante del mundo, el único que nos puede dar en cada momento lo que necesitamos y solucionarnos los agobios, preocupaciones y problemas que podamos tener. Dios quiere darnos la paz, para que siempre esté en nuestra vida y nos permita afrontar cada día con serenidad y confianza, siendo conscientes de que en sus manos no debemos tener nada, porque Él no defrauda.
Cada creyente ha de programar estos encuentros, con antelación. Está claro que a Dios no hay que pedirle cita, porque Él siempre tiene horario disponible. Quienes tenemos que sacar tiempo para la cita somos nosotros, y doy fe de que Dios siempre nos está llamando para pedirnos un momento de encuentro en el que dialogar como buenos amigos y dar soluciones a lo que nos preocupa. Verdaderamente Dios no se esconde ni escaquea. Nosotros sí que solemos saltarnos nuestras quedadas con Dios e ir a los nuestro ofuscados en nuestros agobios y preocupaciones.
Necesitamos desear a Dios, que nos apetezca hacer ese viaje con el Señor de la mano, cada día de nuestra vida, para que nuestra fe la podamos vivir con más fuerza, y así, desde el corazón de Dios, ser capaces de amar a todos sin reserva. Ilusionarse por Dios es lo más hermoso que nos puede ocurrir en nuestra vida. Igual que programas un viaje con tu familia y con tus amigos y te hace tanta ilusión vivirlo y compartirlo, haz lo mismo con el Señor, prográmate con Él, ilusiónate para que puedas experimentar lo maravilloso que es viajar y vivir de su mano. Te aseguro que muchas gratas sorpresas vivirás de su mano, que es la mejor, porque Dios todo lo hace distinto, no te quepa la menor duda.
Dice Jesús: «Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud» (Jn 15, 11). Esto es lo que el Señor quiere, que vivamos esta alegría plenamente, y que podamos estar siempre unidos a Él, porque Cristo es la vid y nosotros los sarmientos, y estamos llamados a dar frutos de amor siempre. Es el mejor de los viajes que podemos realizar en nuestra vida. Ir de la mano de Dios donde el Espíritu Santo nos lleve, a amar a quienes se crucen en nuestro camino. Así es la vida de fe y estos son los caminos del Señor, distintos a los de los hombres, hechos para llenar de alegría nuestros corazones y enriquecer así nuestra vida. Prográmate viajar con Dios cada día de tu vida y te darás cuenta que es la mejor decisión que has tomando nunca. Ánimo, Dios te está esperando para salir.