Compartir los sentimientos, hablar desde el corazón, saber pararse para dedicarle tiempo al otro y ponerse en su lugar… son acciones que diariamente deberíamos de compartir con las personas que más amamos y queremos. Está claro que amamos y queremos a nuestros padres, hermanos, hijos… Nuestra familia ocupa un lugar importantísimo en nuestro corazón. Pero, a veces, damos demasiado por hecho que lo saben y no lo expresamos con la debida frecuencia. Ha de ser algo habitual, que nos permita vivir más estrechamente con los nuestros y hacer de nuestras casas verdaderos hogares donde se respire el amor y la ternura
Hay veces donde la comunicación no es fácil ni fluida, porque se encuentra con una serie de obstáculos que impiden el diálogo sincero y fluido. No podemos vivir aislados, cada uno en nuestra habitación, con nuestra televisión o dispositivo electrónico viendo o escuchando lo que nos apetece y en silencio. Este silencio mata el diálogo y nos aísla. Incluso cuando se nos interrumpe lo que estamos viendo o leyendo nos molesta. Nuestro aislamiento no puede ser un estorbo para la comunicación en familia. Hemos de encontrar un diálogo de calidad, que construya y nos ayude a experimentar la belleza de la familia y del amor en toda su profundidad. Para que esto sea realidad hemos de dedicarnos más tiempo a hablar, a saber cómo nos sentimos y cuáles son las necesidades que tenemos, no materiales, sino espirituales y afectivas.
Es verdad que la forma de vida que tenemos hoy en día hace que el tiempo que pasamos con los nuestros sea menor del que nos gustaría. Que esto ocurra no significa que la familia tenga vidas separadas. Hay que aprovechar el tiempo que se pasa en común y que el diálogo no tenga que competir con “mi espacio”, “mis necesidades”, “lo que me apetece”, … Que en tu vida familiar lo más importante sea pasar tiempo con ellos, disfrutando y saboreando el momento de estar juntos, de escuchar como cada uno está viviendo, sintiendo, de poner toda tu atención y tus sentidos en atenderles, sin estar pendiente del reloj ni de todo lo que te queda por hacer. Dedicarle tiempo a los tuyos no es perderlo, todo lo contrario, es la mejor manera de emplearlo y de disfrutar de lo que la vida te ha regalado.
Si quieres que tu familia sea feliz procura seguir este consejo del apóstol san Pablo: «Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de olor suave» (Ef 5, 1-2). Todos queremos que nuestra familia sea feliz, para ello ponemos lo mejor de nuestra parte. Pero a veces no basta con eso, hay que ser imitadores de Dios, como nos dice san Pablo, porque así el amor que pongamos en todo lo que hagamos será gratuito, desinteresado, incondicional, sin tiempo. Y no nos costará sacrificio, sino que nos entregaremos felices porque es así como llegaremos a la felicidad plena con la ayuda del Señor. Y esto llega con la entrega de la vida, como lo hizo Jesús en la cruz, muriendo por los demás. Que así sea cada día de tu vida con los tuyos, una entrega total. No te escaquees para servirles, entregarte a ellos, hacer las tareas de la casa. Dalo todo por ellos y verás que todo esfuerzo tiene la mejor recompensa. Servir a los tuyos, amarles y sentirte amado por ellos.
El verdadero discípulo es el que sirve y da la vida. Tú también eres verdadero discípulo cuando eres capaz de ampliar tu círculo familiar, convirtiendo a todos los que te rodean en hermanos tuyos por la fe. Así servirás a todos, siguiendo el ejemplo de Jesús, «que se entregó en rescate por todos» (1 Tim 2, 6). Jesús no diferenció a unos de otros. Para Él todos somos iguales. Lo mismo hemos de hacer cada uno: No diferenciar a nadie y dar la vida por todos los que nos rodean. Que desde la fe ames cada día dando lo mejor de ti, sin guardarte nada.