«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24).
El sentido más profundo de la vida lo celebramos hoy. No queremos la muerte, ni para nosotros, ni para los que amamos. Cristo ha cargado con la Cruz, se ha agarrado fuertemente a ella y nos da una lección magistral de obediencia al Padre. ¡Cuánto nos cuesta obedecer a la Palabra de Dios! Hoy Cristo nos dice que está al alcance de nuestra mano. A pesar de la dificultad, es posible. Cristo extiende sus brazos en la Cruz para perdonarnos. Tú también puedes extender tus manos para abrazar al hermano, para reconciliarte con Él, para abrazar también a Dios que está esperándote, como el padre lo hizo con el hijo pródigo.
Es viernes Santo, es hora de mirar a la Cruz y contemplar de una manera totalmente diferente tu vida, tu propia historia, porque Cristo te invita a que mires tu corazón y saques todas las espinas que puedas tener, para que tu corazón quede totalmente curado. La muerte de Cristo es para sanar tu alma; para dar nuevo sentido a tu vida; para que aceptes tu pasado y puedas caminar ayudado por Cristo, que quiere ser tu Cirineo desde este momento. Como Cristo miró desde la Cruz a todos los que estaban en el Monte Calvario, hoy también te mira a ti, para que tengas una mirada nueva y así puedas contemplar tu propia vida desde el abandono total en las manos del Padre. Deja que tus sufrimientos los acune el Señor, que Él sea tu consuelo, sea tu descanso, sea quien te devuelva la paz.
Contemplar la Cruz es acoger los planes de Dios para ti. Como María a los pies de Jesús Crucificado. Rota y a la vez llena de esperanza. No queremos el sufrimiento, pero lo tenemos que vivir, como María. Es la mejor consejera que podemos tener, dirígete a ella para que te dé luz y ayude. No hagas preguntas, sólo déjate hacer. Es lo que más trabajo cuesta, dejarse hacer. Sigue también el ejemplo de Jesús, que guardaba silencio mientras le flagelaban, le ultrajaban, le cargaban con la cruz. No se quejó, simplemente se dejó llevar hasta el final y entregó su vida. ¡Abandónate! Ofrécete a Dios. Vivir el Viernes Santo no es fácil, porque tenemos que aceptar el dolor, el sufrimiento y la muerte. Vivir el Viernes Santo es un milagro, porque celebramos hasta dónde, Cristo, es capaz de llegar por Amor: A sacrificar su propia vida. Una verdadera heroicidad.
Cada vez que hacemos algo por amor a los demás, estamos siendo héroes. Dios nos quiere así, llenos de su amor y paz. No sustituyas la serenidad de tu alma por tantas preguntas incontestables, sé que no es fácil dominar el pensamiento; María al pie de la Cruz nos da una lección de esperanza en medio del sufrimiento. Lloraba con pena y amargura, pero supo poner a su Hijo en las manos del Padre también. Ella estaba acostumbrada a guardar y meditar todo en su corazón; haz tú lo mismo, ora ante la Cruz, para adquirir esta gracia de Dios y así puedas sentir el consuelo del Señor, igual que nuestra Madre María.
Es Viernes Santo. Cristo nos sigue dando lecciones de Amor con su propia vida. Haz que tu vida siga siendo un reflejo, un espejo de todo lo que Él hace por ti. No dejes que pase como un viernes más. Es Viernes Santo, momento para reconocer la presencia de Dios en tu vida, a Cristo como tu único Dios que da la vida por ti. Haz oración con las palabras del centurión romano a los pies de la Cruz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» (Mc 15, 39), para que el Señor Jesús siga siendo el centro de tu vida, la Roca en la que te sostienes en todo momento. Es Viernes Santo, momento para el silencio, para contemplar la Cruz y seguir descubriendo la fuerza que tiene para tu vida, pues es aliento, enseñanza de vida, fortaleza en medio de la adversidad, luz en la oscuridad, aliento en el sufrimiento y el dolor, esperanza en la dificultad. Cristo ha muerto para vivir, y tú has de morir, ¿a qué? Que este Viernes Santo sea tu oportunidad, de morir para vivir, de entregarte para servir, de orar para tener más fe. Es Viernes Santo.