Se han salido con la suya aquellos que tenían mucho interés en que Jesús desapareciese. La jugada ha sido perfecta, porque en menos de 24 horas lo han apresado y ejecutado. Todo ha sido perfecto, y por fin ha desaparecido la piedra tan incómoda que tenían en los pies y que tantos problemas les estaba dando. Jesús ha muerto en la cruz y ellos han sido testigos de excepción. Lo han visto con sus propios ojos y se pueden ir satisfechos a sus casas. Se acabó el escuchar blasfemias y barbaridades sobre Dios; el que se llamaba a sí mismo Hijo de Dios, solo era un hombre que ha acabado muerto sobre una cruz, igual que los malhechores.
Para los hombres puede que todo esté acabado, para Dios no. Su plan no tiene final, solo al fin de los tiempos, y mucho menos si es el ser humano el que quiere cambiar esos planes. El hombre no puede cambiar los planes de Dios. Jesús nos lo enseña en la Cruz; el Hijo sacrificándose para ser obediente al Padre. Hoy, Viernes Santo, estamos asistiendo a la expresión máxima de la obediencia. ¿Cuánto nos cuesta obedecer? Obedecer es difícil, porque significa morir a uno mismo, anularte en multitud de ocasiones, hacer cosas que no te gustan y estar sujeto a la voluntad de otro. La obediencia viene mermada por nuestra autosuficiencia, al creernos capaces de todo sin necesidad de contar con nadie. Y no solo eso, porque también somos conscientes de nuestras propias capacidades y sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer en cada momento porque nuestra vida nos pertenece.
Esta es la gran lección que Jesucristo nos está dando desde la Cruz: Hay que ser obedientes a la voluntad del Padre. Atrás queda ese momento de duda, de angustia, de dificultad: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42). Es normal y legítimo que el ser humano huya del sufrimiento, del dolor y de la propia muerte. Es algo que no queremos y que estamos viviendo tan de cerca estos días. La pasión del Señor Jesús no ha sido en vano, es todo un ejemplo de cómo tenemos que saber confiar en Dios, que nunca defrauda ni abandona. Porque Dios nunca traiciona ni se olvida de los que ama ni de lo que promete. Dios es fiel y quiere seguir ayudándonos a dar sentido al sufrimiento, a la muerte, a lo que cada día nos desconcierta y turba nuestro corazón.
Jesús anticipó también esta máxima expresión de obediencia y confianza en Dios cuando nos enseño a rezar con el Padrenuestro, porque también le decimos al Padre: «Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo» (Mt 6, 10). Le estamos otorgando a Dios Padre esa autoridad, porque se lo decimos rezando y sabemos que Él siempre busca lo mejor para nosotros. Hace tiempo una persona me dijo que Dios, con lo que nos va pasando, nos va preparando en la vida para algo mayor. Es difícil poder ver al Señor en medio del sufrimiento y por eso quien lo ve y así lo muestra se convierte en ejemplo y testimonio de fe. Es lo que nuestro mundo necesita; testigos que en medio del dolor sean capaces de dar razón de su fe y manifestar su amor incondicional a Dios, que es quien da sentido a lo que acontece y es capaz de escribir derecho en renglones torcidos. Esta experiencia vital de vida y de fe da frutos al momento, porque es en medio de la tormenta, cuando todo tiembla y se tambalea, donde uno permanece en paz, sereno, tranquilo y su espíritu no se turba porque se ha puesto en las manos de Dios y ha sabido abandonarse en Él.
En este Viernes Santo tan especial e inolvidable para ti y para mi, te propongo adherirte a Jesucristo, para que podamos ser obedientes, siguiendo su ejemplo y podamos ver con claridad la voluntad del Padre en nuestras vidas y comprender cómo nos está hablando, en estos momentos tan duros y difíciles, a toda la humanidad. Dios nos está pidiendo que le pongamos en el centro de nuestro corazón, de nuestra vida, de nuestra sociedad. No podemos olvidarnos de Él y ni mucho menos, no podemos creernos nosotros mismos dioses, ocupando el lugar que no nos corresponde. Como Jesús, hagamos este acto de humildad para que cada día podamos decir como Jesús: «Que no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42), y así, al final de nuestra vida, antes de partir al encuentro con el Padre, como Jesús en la cruz, podamos decir: «Todo se ha cumplido» (Jn 19, 30). Porque, independientemente de nuestras faltas y debilidades, que Dios ya cuenta con ellas, vivimos procurando ser fieles a Dios y respondiendo con generosidad a todo lo que nos va pidiendo en cada momento de nuestra vida.
Contempla la cruz, aprende de Jesús y pídele que te ayude a serle fiel, a ser obediente. Es Viernes Santo.