Cada uno conservamos maravillosos recuerdos de nuestra vida. Recuerdos entrañables y duros, que nos muestran las alegrías y dificultades de nuestro caminar. Cada acontecimiento de nuestra vida deja huella en nuestro interior, nos ayuda a crecer y madurar como personas y nos permiten estrechar lazos con las personas con las que convivimos, y por desgracia, también nos podemos alejar de los otros por los desencuentros que hayamos podido tener. Nadie que influye en nosotros pasa desapercibido en nuestra vida. Nos deseamos lo mejor y siempre buscamos lo que más nos ayuda y favorece para llegar cuanto antes a la felicidad que llena nuestra vida. Todos necesitamos de estos momentos para desarrollarnos como personas.
Piensa por un momento cuáles son los diez momentos más importantes de tu vida, o los que más huella profunda han dejado en tu interior. ¿Cuáles están relacionados con tu experiencia de Dios y con tu fe? Si experimentar a Dios y sentirle cercano no es uno de los momentos más importantes de tu vida, algo está ocurriendo en tu vida de fe. La mayor de las experiencias de fe que tenemos los católicos es poder contemplar a Jesús en la Eucaristía, recibirle en nuestro interior y adorarle con toda el alma. Todo ha de tener su importancia en nuestra vida, y para los católicos el mayor gesto de fe que podemos realizar escelebrar la Eucaristía y adorar al Señor en el Santísimo Sacramento.
Necesitamos constantemente experiencias de fe, que nos hagan sentir esa sed de Dios y nos permita vivir en profundidad lo que Jesús nos dice en el Evangelio. Los sentimientos no se pueden cuantificar, no podemos pesarlos y es muy difícil explicarlo con claridad. Cada uno sabemos lo que sentimos y nos duele lo que nos hace sufrir. Nuestros problemas son nuestros y a cada uno nos afectan de una manera y nos hacen sufrir; por eso es difícil compararse con los demás. La experiencia diaria de nuestro encuentro con Cristo ha de marcar nuestra vida. Hemos de buscar siempre el diálogo con el Señor Jesús, para que así podamos profundizar en nuestra fe y saborear cada momento que se nos presenta. La fe la tenemos que vivir en presente, no puede valerse solo del pasado y de las experiencias hermosas y maravillosas que hemos tenido; ni del futuro esperando tener encuentros y experiencias profundas que cambien totalmente nuestra vida. Vivir de experiencias de fe pasadas es quedarnos anclados y no avanzar en nuestra vida espiritual; pensar en el futuro y en lo que podremos vivir es construir castillos en el aire, sin saber dónde llegamos en todo momento. Cuidar la fe en el momento presente es un signo de discipulado y de estar centrado en nuestra vida interior.
Contemplar a Jesús Sacramentado y sentir cómo se hace presente inundando tu vida es un signo claro de amor. Cristo ha de completarte y ayudarte a dar un sentido distinto a cada día. Si puedes decir que es la experiencia más hermosa que has tenido, significa que estás en la presencia de Dios y Él llena cada una de las facetas de tu vida interior. Ni humana ni materialmente hay experiencia que se pueda comparar con la que tengas de Dios, nos supera en todo. No te compares con Él; el Señor es el mar y nosotros somos una gota.
Que tu vida de fe no hable solo de recuerdos y de experiencias vividas. Llénala de momentos diarios de oración, de pararte y no dejar pasar un día sin tener un cara a cara con Él que te comprometa y te haga salir de tu vida a servir sin esperar nada a cambio. Participar de la inmensidad de Dios es un regalo y ha puesto la fe en tus manos para que la cuides y cada día la hagas más profunda. No le regatees tiempo al Señor, no te pongas excusas para justificarte, no dejes pasar un día sin visitarle, no estés mucho tiempo sin confesar ni comulgar. Te hace daño estar lejos de Dios y no alimentarte de Él. Tu alma se va enfriando cada día si no mimas tu fe. La fe hay que mimarla porque es débil y vulnerable. Protégela porque es el mayor de los tesoros que tienes y déjate sorprender por Dios. Lo que alimenta y mantiene viva tu fe es tu día a día, ni lo olvides ni lo dejes.