Volver a levantarse cuando se cae, es todo un logro. Todos nos caemos y tropezamos, muchas veces en la mismo lugar y en la misma piedra; somos conscientes de que nuestra vida necesita un giro, un cambio que nos permita tomar otra dirección distinta, porque el derrotismo muchas veces nos aplasta y nos quita la ilusión, las ganas de luchar, de avanzar. El fracaso se hace fuerte y no sabemos qué hacer. Todos hemos tenido vivencias de este tipo, nos hemos caído y nos hemos tenido que volver a levantar. Es cierto que a todos nos gusta que la vida nos vaya sobre ruedas, que todo sea perfecto, no tener ningún tipo de problema con nada ni con nadie; pero la vida es difícil y dura, tanto que decimos que es imperfecta porque no todo es felicidad y alegría.
Si las cosas no te salen bien a la primera has de seguir intentándolo. La felicidad y la plenitud hay que trabajárselas durante toda la vida, sabiendo que cuando te equivocas, cuando caes, cuando eres consciente de que una vez más las cosas no te han salido bien, no puedes venirte abajo y claudicar. Hemos de procurar equivocarnos lo menos posible, aunque no es tarea fácil. Que el miedo a equivocarte o a que las cosas te salgan mal no te atenace. El miedo nos limita, nos hace más pobres, que no demos lo mejor de nosotros mismos en los momentos más importantes. De ahí lo importante de la confianza, especialmente en Dios, porque donde no llegamos nosotros, llega Él.
Cuántas veces nos han dicho que nos vamos a equivocar si seguimos con una actitud determinada. A veces necesitamos darnos cuenta. Son avisos claros de que ha habido personas que han pasado por lo mismo que nosotros y han aprendido de ello. Necesitamos de esos “buenos maestros” que nos aconsejen y nos ayuden a discernir qué es lo mejor para nuestra vida. Las cosas no vienen por sí solas, nuestra felicidad no puede depender del azar. Hemos de tener una actitud abierta y confiada para dejar lo que no depende de nosotros en las manos de Dios, que bien sabemos que nunca falla en los momentos más importantes. Pensar que nuestra vida va a ser plana, sin ninguna dificultad, sin ningún problema o fracaso es un error. La vida constantemente pone a prueba nuestro coraje, no podemos bajar los brazos al menor contratiempo; cada situación que vivimos trae su enseñanza y la mejor manera de aprender es con la vida misma, aunque cueste trabajo.
Jesús hablaba a los discípulos de las persecuciones que iban a tener por seguirle y terminó diciéndoles: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21, 19). Hay situaciones que nos ponen al límite, que nos llevan al extremo de nuestra capacidad de aguante. Quizás no estemos a la altura y nos equivoquemos, pero lo importante es levantarse, aprender y seguir avanzando en el camino de la felicidad. A pesar de las cuestas, de los obstáculos no hay que rendirse, hay que perseverar. Una gota de agua no hace un agujero en la piedra. Hacen falta que caigan muchas y durante mucho tiempo para que el agujero se produzca. Por eso persevera en tus buenos propósitos y acciones. Por muchas tentaciones que te inviten a abandonar, a sucumbir, mantente firme. Pon tu vida en las manos de Dios que nunca te abandona.
«Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino» (Lc 22, 28-30). El Señor nunca abandona y cuando permanecemos a su lado siempre nos recompensa y con creces. La imagen de compartir la mesa y pasar a su banquete es la manera de decirnos que estaremos siempre con Él. Por eso hay que levantarse cada vez que uno cae, porque ahí está Jesús sosteniéndote y fortaleciéndote. Con la ayuda de Dios, siempre hay que volver a levantarse.